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Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.

PSYCHOLOGIST PAPERS
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Dissemination: January 2024
  • Frequency: January - May - September
  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electronic: 1886-1415
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Papeles del Psicólogo, 1990. Vol. (44-45).




PSICOLOGÍA, UNIVERSIDAD Y PROFESIÓN EN ESPAÑA

DR. JOSÉ M. PRIETO ZAMORA.

Profesor titular, Universidad Complutense.

«Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser». Shakespeare

La Universitas studiorum se ha trocado en Universitas alumnorum. Durante la década de los ochenta la población universitaria se ha duplicado. Durante el curso 1989-90 el número de estudiantes sobrepasa el millón. Uno de cada cuatro jóvenes españoles entre los 18 y 24 años está matriculado en programas de educación superior. Este fenómeno ya no sorprende. Es un elemento más en el paisaje urbano. La acumulación de conocimientos es una actividad tan encomiable como la acumulación de capital. Un pueblo de hidalgos se ha transformado en una nación de licenciados. Viene a ser un toque de distinción en una sociedad opulenta.

Ante este panorama conviene reanudar un viejo tema: ¿Para qué existe, está ahí y tiene que prosperar la Universidad? La respuesta a tales cuestiones difiere según se considere que cantidad y calidad en la vida universitaria son o no compatibles. Recientemente, más de 100 estudiantes de diversas universidades politécnicas en la Comunidad Europea han puesto de manifiesto que el reto universitario europeo deambula por cauces que nada tienen que ver con la concepción de Universidad que parece estar vigente en nuestro país. El pleno del Consejo de Universidades, en su sesión del 19 de febrero de 1990, ha sancionado las directrices de un buen número de carreras universitarias, bastantes de ellas actualmente inexistentes. Persiste en la óptica autocrática: las titulaciones se acreditan verticalmente. La jerarquía académica establece qué carreras pueden estudiarse en las universidades españolas.

Los estudiantes saben que en la etapa actual las titulaciones tienen que configurarse horizontalmente. La combinación táctica de asignaturas determina un curriculum. El licenciado o ingeniero competente es aquél que logra hacerse valer por el entramado de asignaturas que ha cursado. Para ello tiene que reflexionar sobre los puestos de trabajo a los que quiere acceder para decantarse por un perfil de estudios superiores que sea consonante y congruente. Lo que acredita es el curriculum labrado durante un período de tres a cinco años, no la denominación de un título que consagra una superestructura académica y autónoma.

Una vez más este debate tiene que situarse a la altura de las ideas y los retos de nuestro tiempo. No está de más recordar que la Universidad ha sido un invento eminentemente europeo. Asimismo, el inicio de esta década pronostica un relanzamiento del protagonismo de Europa para la estabilidad del mundo contemporáneo. Por ello conviene abordar qué es lo que está aportando y qué es lo que está pasando por alto la Universidad española. «Una institución en que se finge dar y exigir lo que no se puede exigir ni dar, es una institución falsa y desmoralizadora».

La perspectiva universitaria

Desde antiguo la Universidad ha sido un foro y una palestra donde se han celebrado distintos torneos de índole intelectual. Durante los últimos 20 años la Universidad española se ha convertido en foro ideológico, en foro erudito, en foro científico, en foro tecnológico y en foro profesional. Los profesores y los estudiantes han protagonizado debates, confrontaciones, entendimientos, treguas, etcétera, que han caracterizado, en cada etapa de la reciente historia española, una manera de mantener la autonomía universitaria. El que fuera un foro con libertad condicional le permitió jugar un destacado papel en la transición hacia la democracia.

La Universidad española es una institución de educación superior que mantiene determinadas cotas de autonomía respecto de la sociedad y el Estado. Quizá sea éste el único nexo común que comparten las distintas ópticas que se van a mencionar. A partir de ahí las divergencias eclosionan a la hora de delimitar cuáles son los propósitos básicos que deben cubrirse a través del quehacer universitario.

La autonomía universitaria permite a los profesores y estudiantes plantearse qué tipo de cometidos y propósitos se van a potenciar durante los años de estudio de una carrera. Así mismo permite determinar de qué manera se pueden atender los objetivos previstos a través de la configuración de los curricula y la planificación de las actividades extraacadémicas. Pero para ello es preciso tener muy claro qué tipo de titulados superiores demanda una sociedad que ha apostado por la democracia social como fórmula política de convivencia y desarrollo. Ciertamente, en el seno de la universidad española pueden coexistir los cinco foros. Pero también es cierto que, puesto que los recursos son escasos, es conveniente decantarse por un ordenamiento que sea consecuente con determinadas prioridades.

La autonomía es un privilegio otorgado por la sociedad y el Estado que es preciso justificar y sostener. Por ello es conveniente ahondar en el sentido y orientación que debe primar en el funcionamiento solvente de la comunidad universitaria durante los próximos años.

La Carta Magna de la Universidad europea ha marcado un horizonte hacia el cual avanzar «en una sociedad que se transforma y se internacionaliza». Ahora bien, resulta sorprendente que al proclamar unánimemente cuál es su papel, cuáles son sus principios fundamentales y cuáles son los medios que servirán de soporte, ha pasado por alto una mención expresa de la vertiente profesional. Es la pieza que brilla por su ausencia en el hermoso mosaico que han esbozado.

La Universidad como foro ideológico

Durante la década de los sesenta y parte de los setenta, el debate ideológico de carácter político se adueñó de la Universidad Durante años, la confrontación fascismo-marxismo, autonomías-centralismo, catolicismo-laicismo, democracia orgánica-democracia parlamentaria sirvió de caldo de cultivo en el día a día de la cultura universitaria. Muchos de los profesores y catedráticos universitarios actuales maduraron y se convirtieron en tales desarrollando un cierto protagonismo en esa etapa de la historia española. Asumieron posturas activas ante tales dilemas ideológicos y una consecuencia de ello ha sido su presencia efectiva en los distintos Parlamentos y Gobiernos.

En otros países europeos no es moneda corriente la presencia de tantos profesores en órganos legislativos y ejecutivos de la nación. Once años después de la promulgación de la Constitución española, siguen existiendo profesores en activo que consideran que la Universidad tiene que ser un foro ideológico. Se escandalizan de las bajas cotas de militancia política que constatan en las aulas. Echan de menos grupos de debate y asambleas multitudinarias sin control alguno, donde cualquiera de los presentes es estudiante de esa facultad por el mero hecho de acudir al reclamo de una convocatoria pública. Siguen siendo pasajeros de unos autobuses que hace años están aparcados en otras cocheras. No captan que la politización de la Universidad es un fenómeno típico de países que atraviesan una etapa de transición hacia la democracia. Incuban promociones que se hacen ilustres corriendo delante de los guardias y que, más adelante, siguen siendo ilustres por tenerlos de guardaespaldas.

En la actualidad la abstención en las elecciones a claustro o a juntas y la falta de interés por actividades extraacadémicas es la norma. Ya no se respira politización en los pasillos de una gran parte de las facultades. Para algunos profesores ello es un indicio del deterioro de la vida universitaria. Para otro es un indicador de higiene mental y social en la convivencia universitaria. Los retos y desafíos parecen ir por otro lado. Los debates y los enfrentamientos ideológicos tienen ya su foro en el Parlamento, los partidos, los sindicatos, la prensa, la calle, así como en asociaciones varias y diversas.

Quienes ven la Universidad como un foro ideológico han propiciado su politización de manera que desde el saber y mediante la cultura se proceda a educar, disciplinar y encaminar a los futuros dirigentes de la sociedad y del Estado. La Universidad se convierte en una escuela de líderes habituados a mantener conspicuos debates sirviéndose de la razón dialéctica. Un buen indicador es el número de escaños que detentan en el Parlamento o en el Gobierno los profesores o los licenciados de cada universidad.

La Universidad como foro erudito

Durante los últimos años el Consejo de Universidades ha lanzado sobre la Universidad un debate ilustrado. Ante la reforma de los planes de estudio los grupos de trabajo, los departamentos, las facultades se han adentrado en otra maraña. Se han dedicado a diseñar contenidos de materias troncales que perfilen el saber actual imprescindible en cada una de las áreas de conocimiento reconocidas por la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación. Las escaramuzas han sido tribales en la fecunda selva tropical de las enseñanzas universitarias.

Una lectura de las propuestas provisionales o definitivas cursadas permitiría a cada facultad redactar más de un centenar de enciclopedias, en varios volúmenes cada una, reseñando saberes antiguos y nuevos, ineludiblemente básicos y fundamentales para cualquier licenciado que se precie de ser culto. De esta manera se aseguran los departamentos la presencia de centenares de estudiantes, durante 550 a 600 horas al año, tomando copiosos apuntes en cada una de las sucesivas clases.

Desde esta óptica la lección magistral sigue siendo el objetivo docente prioritario. La enseñanza universitaria queda reducida a conseguir que las notas del profesor se trasladen a los pupitres merced al vuelo inconsútil de la palabra y la imagen. No se considera pertinente el verificar si los alumnos llevan a cabo las lecturas complementarias recomendadas, ya que las bibliotecas no cuentan con los soportes técnicos adecuados.

Una gran parte de los estudiantes han apostado por este modelo pues prefieren que el saber se lo den precocinado. Hasta ahora nunca se han movilizado para que la ratio profesor-alumno sea, al menos, similar a la que existe en la enseñanza secundaria. No han insistido en que haya menos lecciones magistrales y más indagación supervisada. No reivindican que los fondos acumulados en las bibliotecas estén realmente disponibles en consonancia con el número de usuarios. Organizan algaradas porque la selectividad deja pasar tan sólo al 80% de los bachilleres o porque los horarios lectivos no les permiten ir a su casa a comer caliente. Consideran que es natural que las clases versen sobre lo que los profesores saben y no sobre lo que los alumnos necesitan saber. Acatan la libertad de cátedra aunque ello implique, a la larga, una organización anárquica de los programas en vigor. Mantienen la antigua mentalidad de los eruditos amanuenses a la hora de recopilar apuntes. Exigen de los docentes que expongan puntualmente en las aulas todo lo necesario para satisfacer las exigencias de los exámenes. El libre acceso a la cultura sirve de coartada para reclamar el derecho a un diploma que acredite que su titular lo conoce casi todo en un área relativamente delimitada.

Durante los dos últimos años las universidades han promovido, además, los ineludibles títulos propios de posgrado. A la hora de enunciarlos los departamentos se han basado en el saber de los profesores. No han indagado qué es lo que los estudiantes necesitan aprender para vivir dignamente en una sociedad competitiva. Han optado por divulgar conocimientos puntuales de nueva acuñación en las revistas especializadas de carácter científico, no en las de índole profesional. La mira ha estado en asegurarse la matrícula de un reducido número de alumnos que aspiren a convertirse en personas ilustradas. La convivencia está garantizada porque así se privatiza la enseñanza superior y se promueve una remuneración extra para los profesores. Se institucionaliza la ampliación de la jornada docente, retribuida y compatibilizada anualmente, entre los profesores con dedicación exclusiva. Por el contrario la productividad investigadora se evalúa y sanciona cada seis años. El sistema de incentivos es congruente.

Una vez más el análisis de los contenidos y programas daría pie a redactar más enciclopedias complementarias de virtuales panaceas del saber. Fundamentalmente se imparten exuberantes gamas de descubrimientos incipientes. En muchos casos, se trata de hallazgos muy interesantes que no están aún contrastados para integrarse en una disciplina.

Raras veces se entrena para la adquisición de aquellas habilidades que son pertinentes en una ocupación a través de ejercicios y prácticas estructuradas. Las clases ocupan más del 70% de la actividad lectiva en dichos programas. De esta manera se asegura la existencia de licenciados-masters que son sabios en campos restringidos. Ni siquiera esos departamentos han captado que la denominación de master recién acuñada está devaluando la licenciatura como denominación de origen. Ambas aluden a un título obtenido tras cuatro o cinco años de estancia en la Universidad. En España master significa 6º o 7º, sin que profesores y estudiantes se asombren o protesten por ello.

Tradicionalmente, en España la erudición es rentable. Convierte a los licenciados en funcionarios natos. Al ser personas entendidas pueden prepararse para un amplio conjunto de oposiciones para la Administración pública, tanto en la vertiente civil como en la militar. Durante los últimos 20 años la Administración civil, autonómica o local se ha nutrido de licenciados, que han acaparado puestos y plazas merced a su habilidad para acumular y demostrar sapiencia.

De esta manera, la masificación universitaria cumple un papel estabilizador en el mercado laboral. Permite a los licenciados e ingenieros competir deslealmente con otros coetáneos accediendo a puestos para los que no son las personas idóneas. Las puntuaciones más altas en un examen o en un ejercicio prevalecen respecto a las intermedias. Un recurso ante los jueces, que también son licenciados, refrendará la pertinencia del criterio que bonifica a los números uno. Las exigencias y cometidos específicos del puesto a cubrir no cuentan en los dictámenes consuetudinarios de la jurisprudencia. El que más sabe siempre es el que más vale, aunque lo que sepa no tenga más que ver con la labor a realizar.

Quienes conciben la Universidad como un foro de erudición consideran que su función consiste en elevar el tono intelectual de la sociedad, en entrenar al estudiante a memorizar teorías y modelos alternativos, a detectar sofismas y planteamientos irrelevantes, a avanzar en la indagación de la verdad. La universidad prospera en la medida en que genera personas cultas que sepan sacar provecho de la razón ilustrada. Un buen indicador es el número de horas o de páginas que los intelectuales de cada universidad acaparan en los medios de comunicación de masas.

La Universidad como foro científico

En las Universidades también se escuchan argumentos que apuestan por la lógica del descubrimiento científico. Promueven la enseñanza de los modelos que aseguran la investigación y la explicación científica. Se espera que los estudiantes aprendan a deducir el enunciado que describe un hecho dado a partir de una teoría o hipótesis más general. Para ello se recalcan los diseños experimentales, cuasi-experimentales y observacionales así como distintos procedimientos de análisis de datos o de inferencia formalizada para promover el progreso del conocimiento.

Los alumnos tienen que aprender a desenvolverse en los distintos marcos conceptuales y a descollar en diversas pautas operativas. Los profesores continúan siendo expertos mientras mantienen líneas de investigación reales y éstas son publicadas en revistas especializadas de índole nacional o internacional. Solamente se obtiene una licenciatura en la medida en que se demuestra una suficiente capacidad investigadora. Es decir, el título acredita que el licenciado está en condiciones de proseguir la actividad investigadora en unos ámbitos de exploración científica determinada. No basta con aprobar los exámenes teóricos; hay que mostrar un dominio riguroso de los procedimientos de investigación a través de la presentación de resultados concretos en los trabajos encomendados. Estos pueden tener lugar en el laboratorio, en los estudios de campo o en la inducción formal. Teoría y práctica se combinan a través de la experimentación. La adquisición de habilidades resulta tan relevante como la adquisición de los conocimientos pertinentes.

En este tipo de foros, la masificación universitaria está contraindicada, ya que la función de tutoría y supervisión no queda garantizada. Se estudian y se trabajan los temas que se abordan. Los apuntes cuentan poco. Los licenciados e ingenieros compiten para acceder a ocupaciones altamente especializadas. La valoración de candidatos incluye sus calificaciones durante la carrera así como el dominio de conocimientos y técnicas suplementarias como informática, lenguas extranjeras y la demostración de hallazgos específicos reseñados en publicaciones o trabajos presentados en congresos. Su presencia en oposiciones es circunstancial, asumiéndolas como un mal menor cuando no ocupan puestos específicos. La Administración española crea pocos puestos para personas con formación científica. Más bien los infravalora a través del sistema de retribuciones que favorece a quienes dominan el Derecho administrativo. De ahí que su movilidad laboral sea elevada. Casi siempre la promoción les encamina hacia la empresa privada o extranjera.

Quienes entienden la Universidad como un foro científico creen en la idea del progreso internacional de la ciencia a través de las aportaciones rigurosas de las distintas líneas de investigación. El análisis sistemático de los hechos sustenta un avance efectivo en el estado del conocimiento disponible. La Universidad adquiere relieve por los investigadores que muestran un dominio adecuado de la razón científica. Un buen indicador es el número de premios Nobel o Príncipe de Asturias que se cosechan.

La Universidad como foro tecnológico

Igualmente, en las universidades se está estimulando la lógica del diseño de sistemas técnicos. Se espera de los estudiantes que aprendan a concebir distintas gamas de actuación que permitan transformar una situación previa en otra que se considere más oportuna. Los profesores utilizan el conocimiento científico para combinarlas con habilidades prácticas a la hora de resolver necesidades de la vida diaria. Es decir, se anima a los alumnos a ocuparse de aquellas situaciones en que se produce un desajuste entre los propósitos que son viables y la realidad compleja.

Prima la flexibilidad adaptativa en los programas de formación de suerte que el alumno puede configurar por su cuenta una porción relevante del curriculum. Se incita a la localización de técnicas innovadoras para descubrir en qué consisten y cómo poder mejorarlas. Las investigaciones propias que se llevan a cabo se transforman en productos comerciales. Se intenta integrar las fases de desarrollo de una investigación con las de producción. Se presta especial atención a los patrones de normalización. Los estudiantes aprenden al mismo tiempo que colaboran generando un prototipo. Se promueve el pensamiento crítico para acotar un problema, formular y dar respuesta a las preguntas necesarias así como detectar aspectos estructurales en el desorden aparente. Así se aprende a generar soluciones que sean viables.

Los proyectos de fin de carrera permiten una valoración global del entrenamiento y capacitación acumulada durante los estudios de la licenciatura. Los diseños incompletos son rechazados. Sólo aquellos que son plausibles y convincentes sustentan la determinación del apto. Normalmente tales licenciados e ingenieros aspiran a obtener puestos de trabajo directamente ligados a su cualificación en la empresa privada o en la pública. El ejercicio liberal es la alternativa por la que optan con asiduidad.

Quienes consideran la Universidad como foro tecnológico promueven la preocupación constante por los problemas y necesidades que atañen a una mejor calidad de vida de la sociedad. Se presta gran atención a las posibles aplicaciones de la ciencia o al desarrollo de procedimientos innovadores. Los logros merecen la pena en la medida en que sean útiles y rentables a corto o a largo plazo. Se intenta promover técnicos cualificados que sintonicen con los dictados de la razón práctica. Un buen indicador es el número de patentes que se registran o avalan en la Universidad.

La Universidad como foro profesional

Cerca del 90% de los estudiantes que acceden a la Universidad acuden con la idea de convertirse en profesionales expertos. De esta manera se deciden a invertir una parte de su tiempo y energías juveniles en la Universidad para asegurarse un futuro solvente y gratificador.

Para su sorpresa, descubren que los profesores no conciben los estudios universitarios como un programa de capacitación que les asegure un puesto de trabajo en la sociedad. Asimismo, comprueban que los docentes no suelen indagar cuáles son los enfoques pedagógicos más adecuados para impartirles los conocimientos y entrenarles en las habilidades que facilitarán el desarrollo de una carrera profesional. Esta es una línea de pensamiento que está ausente en el discurso habitual de los profesores.

Constatan una gran desvinculación entre las categorías laborales y las categorías conceptuales que están vigentes en su curriculum. No se les anima a pensar de un modo analítico y sintético a la vez. No se valora el que sepan estructurar los problemas y resolverlos de un modo convincente. En contadas ocasiones se les habitúa a trabajar individualmente o en equipos de forma metódica. Rara vez se sacan a relucir las implicaciones e interrelaciones económicas que condicionan los asuntos que abordan. En contadas ocasiones se estimula el que se involucren a fondo en un asunto o tarea. Se valora muy poco la creatividad y la capacidad de persuasión. No se les entrena a mostrarse competitivos.

Sin embargo, las preocupaciones de los actuales estudiantes parecen centrarse premeditadamente en las salidas profesionales. Comprueban que gran parte del profesorado se desatiende formalmente de dicha óptica. Una nueva dicotomía, materialismo-idealismo, cobra enconada vigencia en los escasos diálogos que entablan docentes y estudiantes sobre la reforma universitaria.

Quienes propugnan que la Universidad ha de ser un foro profesional prestan una gran atención a los puestos de trabajo que existen en el entorno productivo y que pueden ser cubiertos de modo solvente por los titulados universitarios. Se preocupan por captar las demandas de personal cualificado que surgen en una sociedad industrial avanzada. Para ello se lleva a cabo un seguimiento de las contrataciones laborales de las que se benefician los graduados en los distintos programas en vigor. se estimula la formación de expertos, en un mercado laboral flexible, que basen sus diseños productivos e innovadores en la razón funcional. Un buen indicador es la ratio de empleo que se constata entre los miembros de una promoción.

En los foros estrictamente profesionales, la configuración de los programas de formación suele desenvolverse en cuatro fases:

- Análisis de necesidades y enunciación de objetivos. En los cursos se intenta compatibilizar los conocimientos del profesorado con aquellos que van a precisar los estudiantes a la hora de afrontar el correspondiente puesto de trabajo que cuadre con la carrera universitaria elegida.

- Desarrollo del programa a partir de los objetivos docentes, científicos y tecnológicos previstos para facilitar una adecuada transmisión de aquellos conocimientos y habilidades que se consideran solventes.

- Valoración del curso comprobando que el conjunto de contenidos incluidos brinda una visión gradual y cabal del estado de la cuestión para un adecuado ejercicio de los cometidos que han de afrontarse con posterioridad. La libertad de cátedra queda, pues, supeditada al derecho del estudiante a recibir una capacitación efectiva y competitiva a través de los estudios que cursa. Ello entraña revisiones regulares teniendo en cuenta lo que se está investigando y lo que se está consolidando a través de la práctica profesional, socialmente aceptada.

- Puesta en marcha del programa con una visión circunspecta de los logros. Estos últimos se cifran en conseguir licenciados e ingenieros debidamente encuadrados en el seno de una sociedad que financia a título gracioso tales años de estudio y maduración intelectual.

La rebelión juvenil de la década de los sesenta convirtió a la Universidad en un foro de debate ideológico y cuestionó la primacía de las restantes ópticas. Durante la década de los ochenta en los Estados sociales y democráticos de derecho se ha propugnado el que las universidades destaquen como foros científicos y tecnológicos. Atrás ha quedado la idea de una Universidad como mero foro ideológico y erudito. La LRU ha pretendido apuntalar en la misma dirección, pero no ha logrado marginar la erudición de la Universidad española. En su redacción se pasaron por alto las necesidades e intereses del alumnado. Son deudas que, a la larga pasan factura.

La perspectiva profesional

La concepción de la Universidad como un foro profesional, en el que se forma a los estudiantes para que puedan hacerse cargo de una ocupación intelectual y técnica, es congruente con las expectativas latentes en una sociedad industrial avanzada. El Estado del bienestar se nutre de las contribuciones de titulados solventes y eficaces.

En una democracia social las demandas de los estudiantes tienen que hacer reflexionar a la comunidad universitario. El que en las universidades la participación estudiantil oscile entre el 10% y el 25% refleja el desinterés que prevalece ante la falta de realismo de las ópticas académicas. Parece ser que la LRU ha pasado por alto una vez más que «en la organización de la enseñanza superior, en la construcción de la Universidad, hay que partir del estudiante, no del saber ni del profesor».

La educación superior de profesionales expertos tiene su raíz en la óptica científica y tecnológica, pero también ha de dar cabida a otras facetas en las cuales los titulados deben mostrarse diestros. Algunas de estas competencias tienen que ver con el desarrollo de:

- Las habilidades sociales que favorecen la comunicación, la interacción humana y el savoir faire.

- La capacidad de análisis y de trabajo continuado en la planificación de actividades y en la resolución de problemas.

- El talento integrador para generar juicios de valor y de hecho, emitir dictámenes convincentes y adoptar decisiones justificadas.

- Estrategias para la combinación de materias que configuren una especialización y permitan abordar y resolver los problemas de las personas, las instituciones o la sociedad.

- El sentido de la organización, de la responsabilidad y del liderazgo.

- Un espíritu emprendedor con amplitud de miras.

- Pautas de comportamiento que denoten estabilidad emocional en situaciones rutinarias y de emergencia.

- Redes de contactos que les puedan ser útiles en el progreso posterior.

- La terminología conceptual, operativa e institucional que es moneda corriente en una profesión dada.

- El hábito de indagación periódica de los indicadores coyunturales de la realidad para detectar asuntos de la vida diaria que puedan ser contemplados desde una óptica estrictamente profesional y que estimulen contribuciones innovadoras en una sociedad del bienestar.

Este conjunto de facetas permite afirmar que los estudios universitarios se prolongan tras la obtención de la licenciatura. En realidad con la carrera se adquiere una mentalidad, una manera de contemplar el entorno que perdura aunque no se ejerza dicha profesión. Si se ejerce se convierte en una ocupación técnica a tiempo completo. Lo que cuenta no es tanto el título académico que se ostenta, sino el grado que polivalencia que se obtiene a través del perfil de conocimientos y habilidades que suministra una educación superior semi-estructurada.

En la reciente normativa ministerial que regula los sistemas de valoración y retribución complementaria del profesorado se presta especial atención a los méritos docentes e investigadores. Se refuerza una concepción de la actividad universitaria en su perspectiva erudita, científica o tecnológica. En los formularios que han circulado para la valoración de los quinquenios no se tiene en cuenta las aportaciones del profesorado al desarrollo de un ámbito profesional concreto. Solamente se aquilata como pertinente de la experiencia en investigaciones científicas. No se valoran los años de experiencia acumulada a pie de obra por los profesores que imparten docencia en asignaturas que tienen que ver con distintas modalidades de actuación profesional.

Otro tanto ocurre en los concursos que se convocan para cubrir plazas de profesor titular o catedrático de universidad. Se aquilatan los años de docencia, las líneas de investigación o las publicaciones realizadas. Los tribunales o las comisiones de evaluación rara vez incorporan como mérito los años de ejercicio profesional activo en entidades públicas o privadas. Se consideran detalles idiosincrásicos de escasa relevancia en el panorama académico.

Además no existen programas de formación específicos que moldeen el perfil profesional del profesorado universitario. Cuando son becarios o ayudantes se les encomienda la impartición de clases, con una regularidad creciente. El tiempo que tendrían que dedicar a estudiar lo consumen memorizando lo que van a dictar en las aulas. Llegan a ser así unos apuntes parlantes y en ese quehacer se empeñan durante bastantes años. Como consecuencia de ello, se confunde docencia con plática. Otro tanto ocurre respecto a la investigación. Solamente se valoran aquellas líneas o resultados que están publicados. El investigador se transfigura en escritor. Tampoco tiene a su disposición un programa de entrenamiento en la redacción de textos que sean comprensibles para una audiencia determinada. La mayoría escribe para sus iguales, es decir, para muy pocos. Este es el prototipo de docente-investigador que epata al alumnado desde el primer día de clase.

Cuando los padres envían a sus hijos a cursar estudios en la Universidad esperan que ésta les convierta en profesionales cualificados. Cuando los estudiantes conversan entre sí y hablan del futuro, conciben el desarrollo de su propia trayectoria con términos y conceptos que brillan por su ausencia en las aulas. Piensan que los estudios de licenciatura determinan una carrera. Es decir, podrán familiarizarse con un conjunto de conocimientos y una gama de actividades o conductas que son relevantes para el desempeño eficaz en un puesto de trabajo altamente cualificado. Esperan captar cuáles son las actitudes, valores, aspiraciones, expectativas, compromisos, estilos de acción, etcétera, que deben asumir para progresar en la vertiente ocupacional por lo que están apostando a través de los cursos y asignaturas que eligen o les vienen impuestas. Confían en obtener el adecuado entrenamiento en los roles que tendrán que afrontar como titulados superiores en las entidades que les contraten.

La gran mayoría de los catedráticos y profesores titulares acogen con desagrado esta línea de discurso y reflexión en las aulas. Muchos de ellos consideran las horas de enseñanza y de tutoría dedicadas al alumno como un menoscabo a su labor de investigación o a su dedicación a las publicaciones. En los programas no se asume que el desarrollo de la carrera universitaria sea uno de los componentes esenciales del curriculum de un licenciado o licenciada. Se deja al azar o a la inspiración individual todo aquello que tiene que ver con la asimilación o la acomodación a un perfil profesional cualificado. En la retórica académica se tiende a circunscribir el concepto de carrera a las calificaciones que constan en el expediente. El desarrollo global del estudiante, desde las aulas hacia su futuro, se deja de lado por provenir de una tradición humanista que concierne a muy pocos docentes. Sin embargo, en las empresas privadas españolas se presta cada vez más atención al desarrollo de la carrera del personal cualificado. Los recursos humanos han empezado a contabilizarse como un activo, como una inversión. En la Universidad, los estudiantes siguen siendo un pasivo, una carga. Se promociona a quienes sacan buenas notas y se portan bien. Se recuerda a quienes protestan con regularidad. Aunque numerosos estatutos las mencionan, en la práctica no hay tutorías. Las facultades o los departamentos no diseñan programas de planificación de carreras. Además la libertad de cátedra permite a cada profesor redefinir el contenido de una asignatura pasando por alto los intereses de los alumnos a medio o largo plazo.

El discurso que predomina en los ambientes académicos está en clara disonancia con las expectativas de una sociedad industrial avanzada respecto al papel que debe desarrollar la Universidad en su seno. La eclosión de escuelas e institutos superiores que promocionan programas de actualización profesional para licenciados es un síntoma crucial. La mayoría de estas instituciones fundamentan su prestigio en las cuotas de ocupación y empleo que se dan entre sus graduados. Este tipo de centros no son la competencia de la Universidad. En su propaganda se presentan como una superación de la Universidad. Se constituyen en foros estrictamente profesionales para una minoría selecta. Son entidades privadas que sintonizan con las demandas y perspectivas que son peculiares de una ocupación determinada en un estado social y democrático de derecho. Son instituciones que enseñan al licenciado e ingeniero medio a ser un profesional competente. Su supervivencia depende directamente de los logros que cosechan. Además las clases privilegiadas y las élites las realizan porque poseer hoy una licenciatura conlleva menguadas ventajas de peso en el mercado laboral. Es un título de hidalguía que se ha menoscabado.

Se detecta una tendencia a la privatización en las universidades públicas. Los diversos institutos que se están creando en su seno sólo pueden subsistir si cuentan con la oportuna financiación externa. Esta puede provenir de las investigaciones que se realizan en empresas públicas y privadas o de los programas que se diseñen para atender las demandas de personas físicas y jurídicas concretas. Con frecuencia ello se traduce en competencia desleal hacia los licenciados de esas facultades. Se utiliza en beneficio propio la infraestructura académica que se nutre de fondos provenientes de los Presupuestos Generales del Estado. Además, el régimen fiscal que afecta a tales institutos no es el mismo que atañe a consultoras o gabinetes de especialistas.

Hasta aquí, este artículo ha intentado situar la cuestión universitaria en la coyuntura de los noventa. La autonomía universitaria se está convirtiendo en una entelequia que se nutre endogámicamente. En la práctica, casi todos los cargos académicos son electos. De ahí que cualquier consulta sea vinculante en casi todos los asuntos que deben abordarse y resolverse. Las decisiones bonifican siempre las necesidades de la mayoría. Las votaciones reflejan la defensa de los intereses que están en juego en un consejo de departamento, en una junta de facultad o de gobierno, o en el claustro. Los rectores, decanos o jefes de departamento con objetivos claros en lo que concierne a mejoras en la calidad universitaria suelen ser bloqueados de inmediato cuando promueven proyectos innovadores o demuestran un talante decisivo. En Universidad no son bienvenidas, en puestos de responsabilidad o de gobierno, aquellas personas que mantienen una mentalidad ejecutiva. Las autoridades académicas tienen que hacerse valer recurriendo a estilos cautelosamente consultivos. De esta manera, la autonomía universitaria salvaguarda el status quo. Las universidades se transforman en entidades mutuo-benéficas.

Es necesario pasar revista a lo que está acaeciendo si se quiere apostar por una Universidad española con visión de futuro. Esta es una de las características más destacadas en todas las instituciones que adquieren un cierto protagonismo y liderazgo en la sociedad.

La visión de futuro implica hoy concebir un marco global de referencia, un mapa de rutas, por donde debe discurrir la organización universitaria. Resulta perentorio fijar objetivos con poder de convocatoria, que sean atractivos, realistas y creíbles. Ello conlleva el tener muy claro cuáles son los fines fundamentales que se persiguen a través de la formación universitaria para que los estudiantes y profesores sepan a qué atenerse con la necesaria solidaridad. Las metas han de ser alcanzables, retadoras, importantes. Han de funcionar como vehículo de excelencia para que los titulados superiores realcen su autoestima y necesidad de logro en el conjunto de la sociedad española. Sólo así es posible desembocar en proyectos universitarios formulados de tal manera que merezca la pena el empeño en seguirlos, la alegría de compartirlos y la dedicación para alcanzarlos. Este es un clima deseable que se echa de menos en el campus. Su ausencia dificulta la adecuación del país a los desafíos de la modernidad y la europeización.

La perspectiva psicológica

En torno a un tercio de los colegiados se formaron en unas facultades que se caracterizaron por ser foros eminentemente ideológicos. Consecuencia de ello es la presencia de un buen número de psicólogos en distintos Parlamentos y Gobierno. Este hecho suele llamar la atención fuera de España, porque en otros países esto suele ser inusual. Se estima, no obstante, como un logro muy destacado. Ello implicó que tales licenciados tuvieran que embarcarse en programas de formación autodidacta para labrarse un futuro como profesionales de la Psicología. Las vertientes experimental y tecnológica quedaron relegadas a un segundo plano en su curriculum universitario. de hecho casi todos ellos son licenciados en Filosofía, paréntesis Psicología. Hubo cierta dosis de erudición, aunque no excesiva en lo que atañe a Psicología ya que gran parte de los profesores de aquella época estaban en fase de rodaje. En muchos casos, el porcentaje de numerarios no superaba el 5% de las plantillas docentes. Es, pues, la generación que ha saltado directamente de lo ideológico a lo profesional. Muchos de ellos lideran hoy la manera de entender y desarrollar la profesión en las instituciones públicas, mixtas o privadas. En líneas genéricas es la generación de los setenta. Su título es anterior a la creación del Consejo de Psicólogos en diciembre de 1979.

Los dos tercios restantes son aquellos colegiados/as que se formaron en la década de los ochenta. La mayoría de ellos han recibido una sobredosis de erudición ya que más del 75% de sus profesores estaban acabando sus tesis doctorales o estaban embarcados en turbulentas oposiciones y concursos de méritos. Además, en las facultades y departamentos se había planteado una batalla utópica: el reconocimiento de la Psicología como ciencia experimental en sentido estricto. Proliferaron, así, pequeños laboratorios, fruto del empeño personal y voluntarista. No se contó con el oportuno respaldo financiero de instituciones públicas o privadas. Los proyectos de investigación no lograban convencer a quienes tenían poder de decisión para invertir en ellos. de hecho no se ha conseguido un espacio prioritario en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas ni en el Plan Nacional para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología. Las notas medias para acceder a las facultades y servicios de Psicología sigue siendo 5,1, o sea, la mínima. Esto quiere decir que tampoco se logra convencer en el Consejo de Universidades ni en los rectorados correspondientes. En la gran mayoría de universidades los ciclos matutinos, vespertinos o nocturnos son la norma propiciada por juntas de facultad y consejos de estudiantes. Se aseguran así plazas para los profesores y el alumnado. No resulta extraño que la generación de los ochenta esté constituida por unas promociones muy ilustradas, con un ademán científico. La distribución de cátedras confirma dicho status quo en el reparto de poder entre los docentes.

En la década de los noventa está germinando otra manera de entender la Psicología. Cerca del 80% de los profesores ya son numerarios. El quehacer diario se contempla con otro talante y desde otra perspectiva. En algunas facultades y departamentos las aplicaciones de la Psicología se están convirtiendo en moneda de curso legal en el campus. En la reforma de los planes de estudio, a propuesta del Colegio Oficial de Psicólogos, se prevé una asignatura interdepartamental que presente una visión de conjunto de las distintas aplicaciones de la Psicología y de los diversos ámbitos de intervención profesional. Tendría carácter troncal en el primer ciclo y fijaría las señas de identidad del estudiante desde el inicio de su carrera.

Entre los profesores titulares y algunos catedráticos se está observando un desplazamiento del énfasis hacia las vertientes tecnológicos y profesionales. De hecho muchos de ellos se han adherido a gabinetes y consultoras o están desarrollando programas de investigación o de intervención para entidades públicas y privadas. Un indicador es el destacado incremento de la colegiación de profesores que se dan de alta en la licencia fiscal. Otro indicador es el número de alumnos que se matriculan en asignaturas optativas de índole aplicada. Muchas de ellas padecen la misma masificación que asignaturas que son obligatorias en el curriculum. Son asignaturas con poder de convocatoria que no recurren a la troncalidad para garantizar su supervivencia. Otro indicador es el número de artículos que escriben con una orientación decididamente aplicada. La carrera universitaria comienza a ser comprendida de otra manera.

Se había convertido en un tópico común el identificar a la Psicología exclusivamente como ciencia del comportamiento. De hecho, durante la carrera se recalcaba a los estudiantes y becarios «la lógica del descubrimiento científico»: cómo llevar a cabo procedimientos experimentales rigurosos que permitieran confirmar o descartar diferentes gamas de hipótesis nulas. Se primaba el análisis de hechos y datos controlados. Como consecuencia, muchos licenciados se adentraban en la vida profesional con mentalidad de científicos aplicados. Pretendían llegar a entender el comportamiento humano mediante procedimientos de intervención válidos. Intentaban explicar las conductas y actuaciones desde un punto de vista objetivo. Aspiraban a formular sus hallazgos o constataciones en términos abstractos y generalizables. Si llegaban a hacer investigación ésta se desenvolvía en plazos más bien largos. Si no confirmaban las hipótesis consideraban que los resultados obtenidos suministraban información que podía ser relevante para ulteriores trabajos.

La realidad social demanda de ellos algo muy distinto. Se espera que consigan generar cambios en el comportamiento humano mediante procedimientos de intervención efectivos. Tendrán que influir en el comportamiento humano desde un punto de vista subjetivo. Se les animará más bien a hacer formulaciones específicas y concretas. Si hay que hacer alguna investigación esta tendrá que desenvolverse en plazos muy cortos. Cualquier resultado negativo será considerado como un fracaso achacable a la insuficiencia de sus conocimientos como expertos. No habrá cancha para trabajos posteriores. En ese momento se cuestionará si realmente la Psicología es una ciencia del comportamiento.

Cada día son más los profesores universitarios que entienden que la Psicología es también una tecnología del comportamiento. Optan por «la lógica del diseño de sistemas técnicos». Es preciso concebir un conjunto de acciones capaces de transformar una situación dada en otra más satisfactoria. Se conjuga el análisis de hechos y datos disponibles con el análisis de los valores que están en juego. Los diseños tecnológicos han de compaginar intencionalidad, eficacia y valía. Hay que tener muy claro qué es lo que se pretende, con quién hay que contar, a quién hay que implicar y en qué contexto se desenvuelve la intervención psicológica. El diseño tecnológico exige que se afronten simultáneamente la perspectiva conceptual y la táctica.

Desde la tecnología del comportamiento se asume que el propio desarrollo depende enteramente de los avances de la investigación científica en Psicología. Ahora bien, desde la ciencia del comportamiento cuesta reconocer que el progreso en las investigaciones está ineludiblemente supeditado al desarrollo solvente de la Psicología aplicada. La racionalidad económica está condicionando ya una reorientación de los enfoques universitarios. Como acaece en la relación entre productores y consumidores, los profesores están incrementando sus contactos periódicos con los profesionales para darle un giro a sus líneas de investigación científica. Día a día aparece más en ellas el marchamo tecnológico y profesional.

Asimismo, se constata que en los últimos años se había producido una inflación de textos y revistas redactados bajo la óptica exclusiva de las ciencias del comportamiento. Este segmento está entrando en crisis, ya que su audiencia preferente, estudiantes y otros universitarios, no los adquieren. Por contra, está surgiendo una demanda creciente de textos y revistas que hayan sido redactados desde la óptica de una tecnología del comportamiento. Las demandan estudiantes y licenciados. Ahora bien, se publica bastante menos de lo que sería de desear.

Por ejemplo, en varios sectores profesionales se pone en circulación lo que se ha hecho, no lo que se está haciendo. En ocasiones, este desfase es intencional: un proceso se cotiza por las innovaciones que está introduciendo en su área de intervención. Publicará cuando lo hecho sea agua pasada pero no mueve molinos. En ocasiones, este desfase es circunstancial: la cotización de un titulado superior no depende de su volumen de publicaciones. Este mismo fenómeno se observa en la programación de talleres de la Escuela de Verano de Psicología de la Delegación de Madrid o en los congresos nacionales de dichos sectores. Hay colegiados competentes que brillan por su ausencia, a pesar de haberles contactado explícitamente. Si acuden lo hacen para conocer qué es lo que hacen otros, no para presentar qué es lo que están desarrollando ellos mismos en su práctica diaria. Forma parte del secreto del sumario.

Se respiran, no obstante, aires nuevos que decantan un nuevo modo de abordar los nexos entre Psicología y profesión.

La perspectiva colegial

Licenciado/a en Psicología versus Psicólogo/a profesional.

Es un uso establecido en nuestro país que, a partir del momento en que se recibe el título de licenciado/a o de doctor/a en Psicología, los graduados empiecen a llamarse a sí mismo psicólogos/as. En otras profesiones esta confusión no existe, ya que, por ejemplo, un licenciado en Derecho puede ser abogado, juez, asesor jurídico, etc. Un licenciado en Ciencias Empresariales no se presenta a sí mismo como empresario. Un licenciado en Ciencias de la Información puede ser periodista, locutor, reportero, etc.

Quizá el malentendido surge porque en el título expedido se especifica «que faculta al interesado para ejercer la profesión y disfrutar los derechos que a este grado le otorgan las disposiciones vigentes».

Conviene pasar revista a una serie de características que permiten determinar de qué manera el licenciado/a en Psicología se convierte en un psicólogo/a profesional:

- Un profesional de la Psicología comienza a existir cuando demuestra que domina un conjunto de conocimientos (científicos o técnicos) y habilidades que se derivan de la investigación y la praxis psicológica. Se puede adquirir dicha capacitación a través de un proceso de formación teórica y de entrenamiento práctico de índole sistemática. La licenciatura en Psicología suministra el reconocimiento oficial de que se ha obtenido, al menos, un aprobado en cada una de las sucesivas evaluaciones durante la carrera universitaria. Se trata, pues, de un punto de partida.

- Un profesional empieza a decantarse como tal cuando logra conectar con una clientela. Son los clientes quienes reconocen que sus conocimientos especializados y sus habilidades tácticas son pertinentes para el abordaje o la resolución de un problema o de una necesidad sentida. A través de los resultados concretos de su intervención, el cliente capta si el bagaje utilizado resulta ser solvente. Si la clientela queda satisfecha, reconoce que el profesional le ha prestado un servicio de calidad. Empieza a adquirir notoriedad por sus conocimientos y habilidades como experto. Si no logra convencer, sus sueños de identidad como profesional quedan en entredicho.

- Un profesional logra consolidarse cuando acumula en su haber una aprobación y refrendo social amplio. Consigue distinguirse en el contraste con otros profesionales afines con los que cumplir. Destaca por su propia valía y excelencia demostrada de modo fehaciente. Adquiere visibilidad y autoridad para determinados asuntos. Asume determinadas cotas de protagonismo y liderazgo que le permiten sobresalir respecto a la competencia.

- Un profesional se ha consolidado cuando ya no necesita realzar sus sueños de identidad de modo permanente. Demuestra seguridad y confianza en sí mismo. En sus relaciones con los colegas se guía por pautas de cortesía, respeto y equidad.

- Un profesional desarrolla una cultura peculiar que es fomentada por el Colegio Oficial de Psicólogos, las sociedades psicológicas a las que pertenece, las revistas y textos especializados que lee, los congresos a los que asisten los problemas o asuntos que aborda y las entidades en que trabaja.

- En la etapa inicial un profesional se rige por la tabla de honorarios mínimos, pero a medida que se afianza fija sus propios baremos crematísticos o salariales.

Estos seis ejes biográficos permiten asimismo entrever, dentro de la Psicología, qué sectores están en alza y cuales están en declive.

Un sector que no logra convencer a su clientela no está brindando productos de calidad. Un sector que no consigue destacar por su propia excelencia frente a otras profesiones afines no está cosechando el imprescindible refrendo social. Un sector cuyas señas de identidad son confusas o que se debate en polémicas internas no llega a aterrizar en el ámbito de la competencia profesional. Un sector en el que las agresiones mutuas son permanentes no crece, sino que se estrangula en sí mismo. Un sector en el que predominan los honorarios mínimos no está descollando por méritos propios en la sociedad.

El título es un grado académico que sirve de punto de partida a la hora de delimitar modelos de intervención. Se es psicólogo a partir del momento en que la demanda social reconoce e incentiva la valía y la utilidad del conocimiento y de la praxis que se aporta con calidad de experto. Aquellos sectores que no logran afianzar su status son áreas de conocimiento o de investigación que no facultan para el ejercicio de una profesión en un mercado competitivo de productos y servicios. Son sectores que tienen que revisar a fondo su estrategia de penetración en el contexto en que quieren afianzarse.

La Psicología como profesión polivalente y versátil

En España la Psicología se ha desarrollado en las universidades con un marco de referencia restringido. Una gran parte del curriculum ha sido común para todos los estudiantes. El volumen de asignaturas optativas y de libre elección era muy reducido. El personal docente existente en las facultades y departamentos determinaba la totalidad del curriculum que se impartía durante el primer y segundo ciclos. La política de títulos propios ha ampliado un poco el panorama, aunque privatizando la enseñanza de las nuevas áreas de aplicación de la Psicología.

El marco actual es a todas luces insuficiente. Si se analiza el anuario de especialidades de la APA se llegan a contabilizar más de 425 variantes de titulaciones diferenciadas en el seno de la Psicología americana y canadiense. Ello conlleva una gran diversificación en los curricula.

Una de las ventajas que presenta la Psicología como marco de intervención profesional es la polivalencia flexible. Pero ésta no está presente durante la formación universitaria. A posteriori, los licenciados han de configurar un nuevo curriculum de especialización que rompa los lindes clásicos de las áreas de conocimiento establecidas en la normativa de la LRU. Las denominaciones más clásicas se quedan cortas. Hay muchas áreas en las cuales solamente el esfuerzo autodidacta es la vía de cualificación.

Muchas áreas de desarrollo de la profesión han cobrado auge merced a iniciativas individuales con escaso respaldo universitario. Por ejemplo, Psicología económica, Psicología del consumo, Psicología y marketing, Psicología y drogas, Psicología jurídica, Psicología ergonómica, orientación educativa y profesional, formación, Psicogerontología, Psicología y delincuencia, Psicología y seguridad vial, Psicología política, Psicología del deporte, etc.

Existen inclusive campos nuevos que en España apenas si se han ensayado, por ejemplo, Psicología y turismo, Psicología del trabajo en ambientes hospitalarios, Psicología y sindicatos, Psicología y protección civil, tratamiento psicológico de personal atracado, Psicología y paz, Psicología y salud laboral, etcétera.

Esto responde a una estrategia estereotipada. Los psicólogos tienden a anclarse en los ámbitos de intervención clásicos. Son pocos los psicólogos que leen las actas de los congresos internacionales tratando de captar nuevos rumbos e iniciativas. Se prefiere aprender de alguien que ya sabe, en vez de abrir nuevos caminos al hilo de una capacitación interdisciplinar. Se aprende si se está con alguien que dicta apuntes. Son pocos los psicólogos que leen las noticias y páginas especializadas de periódicos intentando captar nuevas áreas en las cuales la aportación psicológica sería bienvenida. La creatividad se estudia como tema de una asignatura durante la carrera, pero no se ejercita como asignatura pendiente a la hora de encontrar el propio puesto de trabajo en la sociedad.

"Marketing" en Psicología

Son muchos los psicólogos que, aún hoy, se quedan estupefactos ante la sugerencia de utilizar los conceptos y usos del marketing en el ámbito de la Psicología aplicada. Todo lo más reducen el marketing a la publicidad. Siguen considerándose científicos del comportamiento y no tecnólogos del comportamiento.

Los psicólogos del trabajo y de las organizaciones tienen muy claro, desde hace mucho tiempo, que el marketing es una herramienta más de trabajo para promocionar el consumo de los propios problemas y servicios entre una clientela determinada. El marketing es una fórmula civilizada de confrontación entre competidores en un mercado abierto. Se utilizan palabras, ideas y ciertos esquemas de trabajo para ganar y consolidar posiciones ante una clientela dada. Para ello se tiene muy en cuenta qué es lo que está brindando y cosechando la competencia.

Si se hace un análisis del funcionamiento de una gran parte de los gabinetes que se consolidaron durante la década de los setenta y ochenta se constata lo siguiente. Tienen dos tipos de clientes, el licenciado/a y el paciente. Gran parte de sus ingresos provienen de la formación que imparten a los nuevos licenciados. Los alumnos/as más avezados reproducen, a su vez, el círculo vicioso. Tratan a pocos pacientes pero quieren formar «en la práctica profesional» a nuevos competidores. Resultado de ello ha sido un estancamiento de la implantación de la Psicología en la sociedad. Tales sectores no se hacen visibles ni asequibles a sus clientes natos, los pacientes.

Si se pasa revista a los gabinetes de psicología industrial vigentes durante ese mismo período se constata los siguiente. Tenían un sólo cliente. Su fuente de ingresos ha sido la gama de productos y servicios que han brindado a las empresas privadas o públicas. Incorporaban psicólogos en la medida en que podían abonarles unos salarios por las prestaciones que brindaban. Ningún gabinete de Psicología industrial ha considerado que su principal fuente de ingresos tenía que ser la formación de nuevos licenciados. Asimismo, aquellos psicólogos que accedían a puestos fijos en empresas privadas o públicas han ido ascendiendo, asegurando la incorporación de otros psicólogos que cubrieran sus vacantes.

La intervención psicológica en el área de Servicios Sociales ha nacido y cobrado auge en España porque determinados colegas decidieron reconvertirse por su propio esfuerzo y dedicación. Acomodaron sus pautas de actuación a las demandas de una sociedad en transición política y económica. Tenían claro que el interlocutor al que tenían que convencer era la Administración local, autonómica o central. Hoy los programas de capacitación en este área que se imparten en el Colegio están siendo financiados parcialmente por entidades externas, como el Plan Nacional de Drogas, por ejemplo. Los colegas que promocionan suelen asegurarse de que sus puestos son cubiertos por otros psicólogos.

La nueva generación de psicólogos que va a consolidar su ejercicio profesional en los noventa está rompiendo con el esquema anterior. Están descubriendo que la estrategia de marketing seguida por los psicólogos industriales y comunitarios permite acceder a puestos de trabajo reales con una probabilidad más alta que la que se da en otros ámbitos. Una de las dos estrategias de marketing de la Psicología aplicada ha utilizado palabras, ideas y ciertos esquemas de trabajo para ganar y consolidar posiciones ante una clientela dada. El que la Psicología del trabajo y de las organizaciones y la Psicología comunitaria estén hoy de moda no es un resultado del azar. Es consecuencia de una estrategia de desarrollo profesional que ha mostrado ser más solvente.

Un marketing centrado en el cliente parte de la idea de que hay que darle a éste lo que quiere o necesita. Para ello se crean productos y servicios que están pensados a la medida del cliente, que sean asequibles y en los que estén previstos cauces para la reclamación. Se intenta servir al cliente.

Un marketing centrado en la competencia sabe que lo que se consigue es a costa de la competencia. Es decir, se aprende de los éxitos de la competencia y se identifican aquellos rivales cuyos productos y servicios puedan ser mejorados. Igualmente, se intenta minimizar la vulnerabilidad de los servicios y productos propios. Sólo así se afirman posiciones en el mercado y se está en condiciones de compartir clientela con la competencia. Se trata de sacar partido de aquello que diferencia nuestros productos y servicios. Los rivales pueden ser psiquiatras, sociólogos, pedagogos, ingenieros, abogados, asistentes sociales, economistas, etcétera.

Son dos enfoques de marketing que resultan complementarios. Su presencia o ausencia determina una determinada cultura sectorial en Psicología aplicada. Se fijan así determinadas creencias, valores y acciones que se consideren válidas o no válidas al ocuparse del cliente y de la competencia. Desemboca en distintas políticas y actuaciones al hacer planes, fijar precios, presentar servicios y productos, asegurar controles de calidad, atender reclamaciones, incorporar colaboradores, identificar las necesidades y posibilidades del cliente.

Conviene mencionar, asimismo, una gama de iniciativas de marketing que han propiciado bastantes psicólogos durante los últimos años. Se han empeñado en introducir la Psicología en el curriculum de otras profesiones. Hay cursos de Psicología para pedagogos, trabajadores sociales, ciencias de la información, educación física, medicina, etcétera. A corto plazo ello genera puestos de trabajo para una generación. A la larga cierra puestos de trabajo para la siguiente generación. Empiezan a ser numerosos los titulados universitarios de otras áreas que en la actualidad pueden acreditar que han estudiado Psicología dentro de su curriculum. ¿Quién puede cerrarles el paso para que utilicen la Psicología en sus actuaciones profesionales en los campos que les son propios? Es ésa la consecuencia imparable de dar titulaciones de tercer ciclo con el marchamo de Psicología a quienes no son psicólogos.

Este tema se ha resuelto operativamente en otros países de la siguiente manera. Quienes se acreditan como licenciados en Psicología acceden a un master en Psicología industrial y organizacional. Quienes se acreditan como titulados superiores en otras carreras acceden a un master en comportamiento organizacional. Así se respeta la libertad de acceso a la formación y se garantiza la especificidad en las acreditaciones académicas de tercer ciclo. Se salvaguardan, además, los derechos adquiridos por los licenciados/as en Psicología.

Ejercicio liberal "versus" ejercicio asalariado

En la actualidad coexisten dos modelos de Colegios Oficial que determinan el papel que dicha entidad ha de desempeñar para contribuir a la consolidación de una profesión en auge.

«El modelo liberal se preocupa fundamentalmente por la reserva de mercados monopolísticos para la profesión, los honorarios, la vigilancia del intrusismo y el juego político dentro de un Estado corporativo. El modelo asalariado tiene por motivo la unión de la profesión en torno a un conocimiento formal, el desarrollo de la investigación aplicada y del sistema de enseñanza, y la divulgación a través de publicaciones y congresos».

Esta confrontación entre ambos modelos se constata con frecuencia en las asambleas generales, las comisiones de trabajo y la memoria de actividades de las Juntas Rectoras o de Gobierno. En las etapas iniciales del Colegio se promovió la idea de una Psicología como servicio público. Se optaba por una óptica de trabajo asalariado en el seno de la Administración. En el libro de Ponencias del I Congreso del Colegio de Psicólogos ambas ópticas estuvieron presentes en la redacción de los documentos de reflexión que generaron cada una de las cinco áreas.

Los puestos de trabajo estables se encuentran en las organizaciones públicas o privadas. Ha habido avances. En 1981 se convocó una plaza, a través del INEM, que especificaba entre los requisitos la licenciatura en Psicología. En 1988 fueron 780 y en 1989 fueron 1053 las plazas que aparecieron con esta identificación según se desprende de los datos disponibles en el observatorio ocupacional del Instituto Nacional de Empleo. En dichos años la ratio de ocupabilidad fue del 17% y 20%, respectivamente. Como referencia ese mismo ratio fue de 30% y 37% para la profesión médica, de 80% y de 100% para la de economista, 40% y 42% para la de sociólogo. Masificación aparte, es preciso reconocer que se han producido notables avances. Las instituciones han creado puestos de trabajo que apelan directamente a la licenciatura en Psicología como requisito pertinente.

El ejercicio liberal como actividad laboral principal está hallando, a su vez, su propio cauce. Se concibe más como una prestación complementaria en horarios de libre disposición. Su gran reto consiste en hacerse viables ante la clientela. La presencia en los medios de comunicación puede ser una salida, siempre que se presenten enfoques novedosos u originales frente a la de otros profesionales. Cuando un mismo producto o servicio es surtido por distintas marcas, cada una de ellas tiene que afianzar sus señas de identidad diferenciadoras. Ello entraña:

- Que se segmente el mercado.

- Que se pongan en circulación productos o servicios innovadores.

- Que se optimicen los canales de distribución y acceso al cliente.

- Que se revise la política de prestaciones, esto es, precios, calidad o rapidez.

- Que se mejore el proceso de atención al cliente antes, durante y después de las relaciones contractuales.

Algunas de tales estrategias las han asumido ya los psicólogos que se dedican al ejercicio liberal. Lo que no se constata en una compaginación estructurada. La clave no está en lo que el psicólogo puede aportar, sino en lo que el cliente logra captar entre los distintos profesionales que le están brindando un servicio similar. No obstante, este sector se mantiene con notorias fluctuaciones.

A lo largo de estas páginas se han abordado dos grandes asuntos:

- Los nexos que existen entre universidad y profesión ante el reto de los noventa.

- Los nexos que existen entre pedagogía y profesión ante el reto de los noventa.

Entidades como la Universidad o el Colegio pueden servir de palestra adecuada para la reflexión y el debate. No obstante, son las personas quienes pueden protagonizar algunos de los cambios de rumbo que se han apuntado. El desafío es colectivo, no individual. No se avanza mientras se mira al pasado. Se dan pasos hacia adelante si se crean necesidades y se mantiene visión de futuro. Este artículo ha apuntado, simplemente, hacia las roderas del camino. En definitiva ¡arrieros somos!

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