Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1986. Vol. (25).
J.M SABUCEDO, J. SOBRAL
Universidad de Santiago
Pese al olvido ya aún marginación en que los poderes públicos tienen a la psicología, es evidente que nuestra disciplina pugna cada día por ofrecer al resto de la comunidad alternativas y/o soluciones a los más diversos problemas. A este respecto hay que considerar como de muy oportuno el lema "Psicología y calidad de vida" que presidió el Primer Congreso Nacional del Colegio de Psicólogos.
En esa línea de convertirse en una ciencia socialmente útil, se ha desarrollado en los últimos años dentro de la psicología diversas disciplinas que afrontan el estudio de diferentes temas, todos ellos con una clara dimensión social.
Una de esas disciplinas es la Psicología política. La psicología política adquiere entidad propia y diferenciada a partir de los años 70 gracias a obras como las de Knutson (1973) y Stone (1974), a la creación de la sociedad internacional de psicología política, y a la aparición de dos revistas especializadas en esta problemática (Stone, 1981).
La psicología política, a juicio de Deutsch (1983) "tiene por objeto el estudio de la interacción de los procesos políticos y psicológicos, o sea que comporta un proceso bidireccional". Esta definición, compartida también por Stone (1981), tiene la virtud de ofrecer una visión global del problema. De acuerdo con ella, nuestros análisis de comportamiento político no deben limitarse a un nivel exclusivamente individual, sino que es preciso considerar también las coordenadas socio-políticas en las que los sujetos están insertos.
Esta forma de abordar el estudio de los comportamientos políticos, permite, además, el cuestionamiento de determinados sistemas socio-políticos, lo cual no es posible si se relegan las dimensiones sociales.
Entendida la psicología política de esta forma, no cabe duda que su ámbito de aplicación es amplio y variado: actitudes socio-políticas, conflictos internacionales, líderes políticos, movimientos sociales, participación política, procesos políticos, socialización política, conducta de voto, terrorismo, etcétera.
Creemos que, a la vista de estos temas, la relevancia y el interés de esta disciplina resulta evidente.
En este trabajo vamos a comentar dos de esas líneas de investigación: participación política y conducta de voto. Dado el espacio limitado del que aquí disponemos, no podemos entrar a analizar todos y cada uno de los enfoques y aproximaciones que se han realizado sobre estas problemáticas. Por ello, nos limitaremos a exponer y comentar los aspectos más notables de los mismos, con el deseo de que resulten lo suficientemente atractivos y polémicos para despertar el interés de los lectores por estos temas.
Vamos pues a ello.
I. FORMAS DE PARTICIPACION POLITICA
Creemos que no es necesario que nos detengamos a explicar por qué es importante la participación de los ciudadanos en la vida política. El sistema democrático se sustenta en el principio de que el poder reside en el pueblo. Por ello es necesario que éste haga oír su voz a través de los distintos mecanismos de los que dispone. Sin duda, el voto es la forma más generalizada de participación política. Pero es evidente que las posibilidades de incidir en la vida política no se reducen a este tipo de conducta.
Algunas otras formas de participación política, que aparecen recogidas en los trabajos de Milbrath (1968) y en el estudio transcultural de Verba et al. (1978), y que son señaladas por Milbrath (1981) son las siguientes: apoyo a las campañas de los partidos, activistas de la comunidad, contactos con la administración, y defensa de determinadas medidas políticas a través del contacto con amigos o personas próximas, o mediante la utilización de las páginas de los periódicos o incluso con el envío de sus comentarios a los políticos involucrados en el tema.
Teniendo en cuenta las distintas formas de participación por las que los sujetos pueden tratar de influir en las decisiones políticas, se habla de dos grandes tipos de participación política: la participación convencional y la no convencional. Dentro del primer tipo se señalan conductas como el votar, acudir a mítines, mantener discusiones políticas, etc. Yen el segundo tipo se incluyen la participación en manifestaciones, realizar boicots, etc. En otro momento (Sabucedo, 1984a) señalábamos que la consideración de algunas de estas conductas, convencionales o no, está sujeta a condiciones sociales. Lo que resulta no convencional en un momento dado puede resultar totalmente habitual y aceptado poco tiempo después. Debido a esto, quizá sería más conveniente hablar de participación política ajustada a las normas legales y de formas ilegales de participación política.
En el trabajo de Barnes et al. (1979) sobre la participación política en cinco países occidentales se presentan resultados sumamente interesantes.
La aprobación de las manifestaciones legales oscila desde el 58% de la muestra austríaca hasta el 80% de la muestra holandesa; los boicots cuentan con un apoyo que va desde el 22% de la muestra austríaca hasta el 52% de la americana, y la ocupación de edificios es aceptada por el 42% de la muestra holandesa.
Otro aspecto a considerar dentro del mismo estudio es el grado de efectividad que los sujetos atribuyen a las distintas conductas políticas no convencionales. En el cuadro 1, se presentan los resultados obtenidos en cinco de las conductas evaluadas en el trabajo de Barnes et al. El grado de efectividad que se presenta junto a cada conducta recoge los porcentajes de respuestas de las categorías "algo efectiva" y "muy efectiva" del trabajo anteriormente mencionado. Ver Cuadro 1.
Los resultados anteriores reflejan de forma clara la irrupción en la escena política de nuevas formas de participación. Este es un fenómeno al que no pueden permanecer ajenos los estudiosos del comportamiento político en general, y los psicólogos políticos en concreto.
II. PARTICIPACION ELECTORAL
Hemos visto en el apartado anterior que la participación política es un concepto que va más allá de la simple participación electoral. Pero sin lugar a dudas, y pese al incremento de otras formas de participación, el voto sigue siendo el imput político más frecuente y más importante en las sociedades democráticas occidentales.
Afirmamos anteriormente que son los ciudadanos quienes con su voto deciden que opción política debe llevar los asuntos del país. Pero antes de optar por una u otra oferta electoral, los sujetos deben tomar una decisión previa: votar o abstenerse. En la medida en que la razón de ser del régimen democrático descansa en la participación de todos los ciudadanos en la vida política, la no participación electoral supone, allí donde los índices abstención sean elevados, un serio problema político.
Por esta razón es importante preguntarse ¿Por qué los sujetos no hacen uso de su derecho de elegir las personas y alternativas políticas que han de gobernarle? Sobre esta cuestión existen diversas respuestas posibles.
A.Campbell et al. (1964) elaboraron una escala de eficacia política compuesta por cinco items que median actitudes hacia los políticos, la política y el voto. Aplicada esta escala a grupos de votantes y no votantes se obtuvieron resultados que apuntaban a una relación electoral y sentimientos de eficacia política.
Otra de las variedades que se ha puesto en relación con la participación electoral es la de locus de control. Rotter, Seeman y liverant (1962) señalan las consecuencias que esta distinta orientación de los individuos tiene en el tipo de acciones que éstos adoptan. Los sujetos con locus de control interno asumen que ellos tienen responsabilidad sobre los acontecimientos que ocurren a su alrededor, por ello tienden a intervenir sobre ellos. Por el contrario, los sujetos con orientación externa consideran que su capacidad de incidir en esos acontecimientos es nula, por lo que su actitud será de pasividad.
De acuerdo con lo anterior, parecería lógico suponer la existencia de algún tipo de relación entre locus de control interno y participación electoral. Sin embargo, los resultados obtenidos en trabajos como los de Blanchard y Scarboro (1972), Gootnick (1974), así como la revisión que realiza Klandermans (1983) sobre esta cuestión no parecen confirmar definitivamente este hecho.
Creemos que son varias las razones que pueden explicar los resultados negativos encontrados en los estudios sobre locus de control y participación electoral. En primer lugar, tenemos serias dudas respecto a la generalidad intersituacional del locus de control. Esto es, en determinados ámbitos de actuación podemos manifestar un locus de control interno, y en otros un locus de control externo. Por tanto, en el caso que nos ocupa habría que utilizar afirmaciones que contuviesen un claro sentido político.
En segundo lugar, hay que profundizar en el significado de la orientación externa. Como afirmamos en otro momento (Sabucedo, 1 984a) "pienso que no es descabellado considerar que son mínimas las posibilidades del individuo medio de influir en las grandes cuestiones políticas. Esta situación se ve incluso agravada si los sujetos pertenecen a grupos sociales marginados. También pienso que no se cae en la teoría de la conspiración si se cree que los principales grupos de presión de éste y otros países determinan en gran medida las decisiones que se toman sobre temas políticos importantes. Por todo ello, la externalidad o el powerlessness es en muchas ocasiones, el sentimiento que mejor describe la posición del individuo frente al sistema político, pero no conduce necesariamente a la inhibición. El problema radica en conocer, en su auténtica dimensión, el significado del powerlessness" (1984, pág. 70).
En los trabajos de Converse (1972), Coleman y Davies (1976), Gurin, Gurin y Morrison (1978) y Kiandermans (1983) se reconoce ese doble significado del powerlessness. Según esto, resulta evidente que aquellos sujetos con locus de control externo, pero que responsabilizan al sistema de ello, serían potencialmente tan activos como aquellos con una orientación interna.
De todo ello se deduce la necesidad de elaborar medidas de locus de control, o si se prefiere de powerlessness, que tengan un claro referente en el sistema político y permitan conocer la atribución que el sujeto hace de su falta de control y poder.
Un intento de solución del primer problema, y que va en la línea de lo planteado por Campbell, lo constituye el trabajo de Vargas (1984) y de Sobral y Vargas (1985). Estos autores, en un estudio realizado sobre los determinantes de la abstención electoral en Galicia, muestran que el concepto de powerlessness, medido a través de una escala en la que se recogen afirmaciones sobre representatividad de los políticos, comprensión de la dinámica política, utilidad del voto, control sobre los políticos e interacción gobernantes-sociedad, resulta muy eficaz para discriminar entre los grupos de votantes y no votantes en las diversas elecciones: locales, autonómicas y generales. Según estos autores, "No cabe duda de que los fenómenos motivacionales y de expectativas que se desprenden del constructo powerlessness están afectando de un modo significativo al comportamiento político del 'gallego medio', si se nos permite tal entelequía".
Otra de las variables que en ese estudio se mostraba relevante para diferenciar entre votantes y no votantes era el nivel de información que tenían los sujetos. Sobre este aspecto existen otros trabajos cuyos datos pueden arrojar más luz sobre este tema.
Converse (1964), Milbrath y Goel (1977) y Klingeman (1979), señalan que el nivel de conceptualización ideológica de los sujetos, esto es, su capacidad para comprender el mundo político, influye de forma notoria en la participación política tanto convencional como no convencional.
Por otra parte, en el trabajo de Marsh y Kaase (1979), se observa que el nivel educativo alcanzado por los sujetos correlaciona positivamente con la participación política.
Todos estos resultados nos llevan a plantear la importancia de una variable que podríamos llamar información-conocimiento político para la participación en general, y la participación electoral en concreto, y nos obliga a analizar en más detalle la dimensión del powerlessness.
No es éste el momento ni el lugar de desarrollar en profundidad estas ideas, pero no nos resistimos a comentar, aunque sea muy brevemente, alguno de los puntos sobre los que debe girar el debate en torno a este tema.
A grandes rasgos, la cuestión radica en saber si esos sentimientos de powerlessness que parecen significativos a la hora de la no participación electoral son fruto de un análisis riguroso de las posibilidades que tiene el individuo de incidir en la vida política, o son debido al desinterés de éste por los problemas políticos. Desinterés que supone la primacía de la dimensión personal sobre la social y que se traduce en desinformación, en un bajo nivel de conceptualización ideológica y en un rechazo del mundo político.
Pero también el desinterés político procede de la falta de atención y abandono en que tiene los poderes públicos a ciertos grupos o comunidades. En este caso se desarrolla en esos grupos o comunidades un sentimiento de recelo y de alienación hacia el sistema. Esto explicaría los resultados obtenidos en aquellos trabajos donde se muestra que la gente de color y de otras minorías marginadas difieren significativamente en esta conducta de grupos que ocupan mejores posiciones en la sociedad.
Por otra parte, podemos encontrar a aquellos sujetos cuyo nivel de información y conceptualización política es elevado pero que no participan en las consultas electorales. En este caso, las variables responsables de esa conducta serían diferentes a las anteriores: falta de alternativas políticas con las que identificarse, desencanto político, etc.
Creemos que desde esta perspectiva podemos integrar distintos resultados encontrados en la literatura, a la vez que justificar la conducta de aquellos que asumiendo que su voto, uno entre varios millones, no es ni con mucho decisivo, siguen manifestando sus preferencias políticas en las distintas elecciones.
Junto a las variables de carácter psicológico señaladas anteriormente, en distintos trabajos se mencionan también otras de tipo demográfico-sociológico, como puede ser el sexo, edad, status socio-económico, etc. Sin desdeñar, evidentemente, la capacidad predictiva que tengan estos factores creemos que, en última instancia, éstas deben traducirse a un nivel psicológico. Esto es, no basta con decir que la edad o la clase social determina ésta u otra conducta, lo que hay que explicar es por qué éstas influyen, y en este caso habría que hablar de representaciones o características psicológicas vinculadas a tales circunstancias.
Al margen de lo anterior, habría que señalar también el ambiente y las condiciones que rodean a las distintas elecciones. En este sentido podríamos considerar a la participación electoral y a la abstención electoral como respuestas ante los estímulos políticos presentes en la campaña. De este modo, la participación será mayor cuando se enfrentan opciones políticas que presenten alternativas claramente diferenciadas y cuando así lo perciban los sujetos, que cuando existan pocas diferencias entre los distintos programas. Y la participación también se incrementará cuando, desde los distintos grupos políticos en pugna, se reclame el apoyo a nivel de votos de todos los ciudadanos que compartan el mismo proyecto político.
En suma, las razones que llevan a los sujetos a la participación o abstención electoral son diversas. Creemos que no es muy arriesgado afirmar que la presencia o intensidad de las variables que hemos apuntado será distinta en los diferentes marcos socio-culturales. Por ello, y a fin de poder intervenir sobre esta problemática, es preciso conocer, en primer lugar, cuáles son las causas de esa conducta. En esta labor, así como en el diseño de estrategias encaminadas a favorecer la participación electoral, la psicología tiene algo importante que decir.
III. DECISION DE VOTO
Otro tema de indudable interés, desde el punto de vista psicológico, y que tiene indudables repercusiones sociopolíticas es la conducta de voto.
Las primeras aproximaciones a esta problemática proceden del campo de la sociología. Lazarsfeld, Berelson y Gaudet (1948) identificaron distintas características sociales relacionadas con el voto demócrata y republicano en los Estados Unidos: el voto demócrata procedería de los católicos, de la clase trabajadora, y del medio urbano; el voto republicano sería el de los protestantes, de la clase media, y del medio rural.
Esta orientación sociológica de los primeros trabajos sobre la decisión de voto es puesta de manifiesto en la revisión de Rossi (1966). Para este autor, de estos estudios cabría extraer las siguientes conclusiones sobre la conducta de voto: 1) la campaña electoral no influye de manera significativa en la decisión devoto, 2) los pocos sujetos que cambian sus preferencias políticas durante la campaña, son aquellos que están menos interesados en los temas políticos y que tienen un menor conocimiento sobre ellos, 3) la influencia de los medios de comunicación sobre el voto de los sujetos es bastante reducida, 4) las variables de personalidad no inciden en gran medida en la decisión de voto. Este viene determinado básicamente por el medio social, 5) el tipo de voto correlaciona de forma clara con la pertenencia a ciertos grupos sociales, 6) las lealtades políticas a largo plazo son debidas a la influencia de grupos de referencia primarios y no a características de la personalidad o ideologías políticas.
Sin embargo este planteamiento no explica el por qué de la influencia de las condiciones sociales en el voto, y también ignora las fluctuaciones que se producen en el voto a lo largo de las distintas consultas electorales. Scarbrough (1984) señala claramente las limitaciones que tienen las aproximaciones sociológicas al tema de la conducta del voto. Por otra parte, ya Campbell y el grupo de la Universidad de Michigan habían afirmado que el voto no puede estar determinado por las características sociales, ya que de hecho éstas sufren pocas variaciones a lo largo de la vida de los sujetos y, en cambio, los resultados de las distintas elecciones son diferentes.
Campbell et al van a poner el énfasis en los factores psicológicos a la hora de plantear su modelo de decisión de voto. En "American Voter" una de las obras más importantes en este campo, estos autores desarrollan y ponen a punto ideas que ya habían planteado en trabajos anteriores.
Para el grupo de la Universidad de Michigan el voto que emiten los sujetos va a depender de las actitudes que a distintos niveles éstos mantienen hacia los candidatos y hacia los partidos. Pero en última instancia, y a juicio de estos autores, lo que determina esas actitudes, y en definitiva el voto, es la identificación de los sujetos con un partido.
Sears (1969) comparte la tesis anterior y señala que la identificación con un partido "es un compromiso a largo plazo antes que el resultado de una adaptación entre las posiciones de los partidos y las preferencias políticas del votante. De hecho no se relaciona significativamente con las posiciones políticas en la mayor parte de la población. Por tanto, las preferencias por los partidos no parecen muy sensibles a consideraciones políticas".
Sin duda, la imagen del votante que se deduce de estos trabajos no resulta muy positiva ni para el sistema electoral ni para el sistema democrático. La decisión de votar por un partido no vendría vía análisis del programa de ese partido y la contrastación de sus ofertas con las creencias e intereses del sujeto, sino a través de un mecanismo de identificación resultante del proceso de socialización en general y de las influencias familiares en particular.
Al parecer, a partir de finales de los 60 se produce un cambio importante en el electorado. En este momento, los temas sobre los que giran las campañas electorales de los partidos empiezan a ser relevantes cara a la decisión del voto de los sujetos. Nie y Verba (1979) señalan el incremento en el interés del electorado Americano por los temas que defienden los distintos partidos. En la misma línea Butler y Stokes (1974) confirman el descenso en la identificación con los partidos entre los electores Británicos.
Todos estos resultados apuntan a la aparición de un nuevo elector. Un elector activo que evaluará los programas de los distintos partidos políticos, que decidirá de acuerdo a los mismos. En este momento la atención de los modelos de decisión de voto se va a centrar en los temas que plantean las distintas ofertas electorales y en sistema de creencias de los sujetos. Dentro de estos modelos tienen también cabida alguna de las variables que habían sido planteadas en los trabajos pioneros en este campo, si bien no van a ocupar un papel determinante o central como el que se les atribuyó en los primeros momentos.
De acuerdo con lo anterior, se puede afirmar que la característica común de los modelos actuales es su racionalidad. El votante es considerado corno alguien que intenta maximizar su decisión, esto es, optará por aquella alternativa que mejor represente sus intereses o que defienda una visión de la sociedad más próxima a la suya. Por esta razón, los diversos intentos explicativos de la decisión de voto dedican buena parte de sus esfuerzos a conocer las evaluaciones que hacen los sujetos de las diversas alternativas políticas.
Uno de los planteamientos que asume esta nueva imagen del votante es el de Fishbein y Ajzen (1981). Estos autores aplican su conocida teoría de la acción razonada (Fishbein, 1967, 1980; Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen y Fishbein, 1980) al comportamiento electoral. Para conocer las actitudes de los sujetos hacia los distintos grupos políticos o candidatos, estos autores analizan la posición de los sujetos ante determinados temas o medidas políticas y las creencias que los sujetos tienen sobre la situación de los distintos partidos en esos temas.
Uno de los modelos de decisión de voto que ha alcanzado gran popularidad en los últimos años es el de Himmelweit et al. (1981). Estos autores plantean lo que ellos denominan un modelo electoral de consumo. Con este nombre ellos desean hacer hincapié en que la decisión del voto no es diferente de las decisiones que se toman en otros ámbitos de la vida. Como ellos señalan, el lugar de honor de su modelo lo reservan para las cogniciones individuales.
Como apuntamos en otro momento, las variables estrella de los primeros modelos no son totalmente relegados en los nuevos planteamientos; simplemente se matiza su importancia, que siempre será menor que el de creencias y actitudes del sujeto. Esto ocurre en el modelo del consumo donde se da entrada a elementos como la identificación con el partido y el hábito de voto pasado. Junto a ello, también se apunta la influencia que grupos próximos al sujeto pueden tener a la hora de la decisión.
Recogiendo los argumentos esgrimidos por Himmelweit et al en la obra anteriormente mencionada, resulta evidente que su modelo es más completo y más adecuado para utilizar en distintas circunstancias que el propuesto por el grupo de la Universidad de Michigan. Concretamente, al ampliar el número de determinantes de la decisión de voto se abre la posibilidad de que, en distintas elecciones, el peso de alguno de ellos sea mayor que en otras, de ahí la flexibilidad del modelo al que antes hacíamos referencia.
Los temas de la campaña jugarán un papel importante a la hora de la decisión de voto, de acuerdo con Butler y Stokes (1974) cuando se den las siguientes condiciones: 1) los votantes están interesados en los temas, 2) existan diferentes posicionamientos sobre ellos por parte del electorado y 3) los partidos mantengan posturas distintas sobre los mismos.
Caso de que las condiciones anteriores no se presenten en una consulta electoral, las otras variables del modelo, identificación con el partido y hábito del voto, desempeñarán un papel más relevante. Esto parece ser que era lo que sucedía durante los años en los que se desarrollaron los primeros modelos de decisión de voto. Pero como apuntamos anteriormente, en la actualidad las creencias y las actitudes que mantienen los sujetos sobre diversas cuestiones del mundo socio-político parecen ser las responsables del voto.
En el trabajo de Himmelweit et a. se presentan datos que apoyan esta tesis. Mediante la utilización del análisis discriminante se observó que el número de votantes correctamente clasificados era notablemente superior cuando se consideraban las actitudes de los sujetos que cuando se tenía en cuenta el hábito de voto pasado de esos mismos sujetos. Estos resultados se mantenían para sujetos de distintas edades y sexo. Todo esto fortalece la posición de esta variable en los modelos de conducta de voto.
Pero el problema no termina al decir que las creencias y las actitudes del sujeto determinan la dirección del voto. Hay todavía un aspecto más a considerar.
De acuerdo con lo dicho anteriormente, los sujetos mantienen distintas actitudes y creencias sobre determinadas cuestiones de índole social que pueden afectarle más o menos directamente: desempleo, inseguridad ciudadana, igualdad de oportunidades para ambos sexos, política exterior, etc. Pues bien, a la hora de emitir su voto los sujetos deben evaluar cuál es la posición de los partidos ante esos distintos temas y las posibilidades que tienen para llevar a cabo la política que defienden. La consideración de estos dos elementos: creencias del sujeto y evaluación de la posición de los distintos partidos dará como resultado el voto por una de las opciones políticas que se enfrentan durante la campaña.
En los trabajos de Fishbein y Ajzen y Himmelweit et al se presentan datos sobre esta cuestión.
Fishbein y Ajzen presentaron una lista de diez cuestiones sobre política nacional e internacional a una muestra de sujetos formada por votantes de los candidatos demócrata y republicano en las elecciones Americanas de 1976. A los sujetos se les solicitó que indicasen su interés por las distintas cuestiones así como su evaluación respecto a la política de los candidatos en esos temas.
Los resultados obtenidos muestran que en cinco de las diez cuestiones, los votantes, al margen del candidato elegido, están de acuerdo en considerar la política de ambos partidos como diferentes. Sin embargo, en los otros cinco temas existían discrepancias, en el sentido de que los dos grupos de votantes consideraban que la actuación de su candidato sería la más eficaz.
Por otra parte, Himmelweit y sus colaboradores presentaron a una muestra de votantes británicos una lista de 21 cuestiones sobre temas políticos relevantes. La valoración de 17 de esos temas eran diferentes según la orientación política de los sujetos. Esto es, los sujetos conservadores mostraban un mayor interés y preocupación por alguno de esos temas y los laboristas por otros.
Pero de nuevo, al igual que ocurría en el trabajo de Fishbein y Ajzen, nos encontramos con una serie de temas, en este caso: desempleo, subida de precios, hipotecas y eficacia de la industria, que son evaluadas de la misma manera por los diferentes grupos de votantes.
Estos resultados son despachados un tanto alegremente por esos autores. Sin embargo, consideramos que el hecho de que en ambos existan una serie de temas que son evaluados de la misma forma por los distintos grupos de electores, resulta de interés y, cuando menos, debe prestársela un mínimo de atención.
Se nos puede argumentar, y no sin razón, que los sujetos deciden su voto en base a un conjunto de creencias y no a unas pocas. Pero esto necesita algunas precisiones.
En primer lugar, no es suficiente decir que los sujetos deciden teniendo en cuenta un grupo de temas. Porque ¿cuántos temas son ese grupo de temas: tres, siete, diez, veinte?. Creo que estaremos de acuerdo que la expresión "un conjunto de temas" es válida únicamente por lo que supone poder recoger distintas situaciones personales. Pero esto puede resultar más negativo que clarificador.
El procedimiento habitual que se sigue en este tipo de trabajos es presentarle al sujeto una lista de cuestiones sobre las que se pide su opinión. Y, a partir de las distintas evaluaciones que los diferentes grupos de votantes realizan sobre ellas, se concluye que éstas explican la dirección del voto. Sin embargo, una cosa es que los sujetos juzguen de distinta manera una serie de temas y otra muy distinta es afirmar que todos ellos son considerados a la hora del voto, o que todos tienen la misma importancia.
Al mismo tiempo, también debemos tener en cuenta que los temas son suscitados por el investigador. Por ello, y pese a que esas cuestiones puedan tener una gran relevancia en la vida política del país, podemos estar ignorando o descuidando otros aspectos que, aunque quizá de menos entidad política, son de mayor preocupación para los sujetos.
Lo que proponemos en este aspecto es un cambio en la estrategia metodológica utilizada para abordar esta problemática. Un cambio que va en la dirección de no imponer restricciones como las actuales a las respuestas de los sujetos. Sin duda esto nos posibilitará una aproximación más real y fidedigna al votante.
Pero, volviendo a los resultados obtenidos en esos trabajos, hemos de señalar que aquellos temas sobre los que existe acuerdo entre los diferentes grupos de votantes son los que ocupan los primeros lugares en las preferencias de los sujetos. Por tanto, cabe suponer que esos temas juegan un papel relevante en la toma de decisión.
¿A dónde queremos llegar con todo esto?. Simplemente a plantear que en el proceso de contraste de las creencias de los sujetos con la evaluación de las ofertas electorales de los partidos están incidiendo factores de tipo personal que llevan a confiar más en unas alternativas que en otras. Este hecho puede proceder de la identificación que los sujetos establecen con los partidos a partir de la coincidencia en una serie de temas. Esto es, una vez que los sujetos establecen una "relación" con un partido tienden a mostrar su apoyo a ese mismo partido en otra serie de temas. Por ello, si bien otros grupos pueden plantear las mismas cuestiones, los sujetos o bien desconocen ese hecho o bien se muestran recelosos de la capacidad de éstos para resolverlos.
Lo anterior nos da pie para plantear otros de los elementos que tradicionalmente se recogen en los modelos de decisión de voto. Fiorina (1977) señala que los sujetos a la hora de emitir su voto no se enfrentan con una situación nueva sino que, al contrario, cuenta con toda una serie de experiencias sobre la trayectoria anterior de los partidos en liza. Los sujetos, por tanto, a la hora de evaluar las distintas ofertas electorales, consideran todas esas experiencias previas. Estas experiencias políticas pueden conducir a los sujetos a mantener la fidelidad hacia un grupo determinado o a buscar otra alternativa que recoja mejor sus actitudes e intereses. En el primer caso nos encontraríamos con una situación de hábito de voto semejante a la que planteaba Himmelweit, y que actuaría como una especie de compromiso para futuras elecciones.
Sin embargo, creemos que esta variable de hábito del voto no puede disociarse del sistema de creencias del sujeto. Esa constancia en el voto a una determinada opción política debe venir vía estabilidad de un sistema de creencias y de la evaluación favorable que merece la actuación de ese partido. De otro modo, habría que asumir que el sujeto actúa casi mecánicamente y aún, en algunos casos, en contra de sus opiniones y actitudes actuales.
Y éste no parece ser el caso. Observamos que sujetos con una trayectoria de voto determinada puede, en un momento dado, variar el sentido de éste. Esto ocurrirá cuando se produzca un cambio en su forma de ver o entender determinados aspectos del mundo socio-político, o cuando perciba cambios que él considera sustanciales en la actuación del partido en el que confiaba.
Por tanto, la fidelidad hacia una opción electoral debe entenderse siempre en relación a la estabilidad del sistema de creencias del sujeto. Esto no descarta la posibilidad de que esa identificación influya en la decisión del voto. Al contrario, admitimos esa posibilidad, pero lo que planteamos es que esa influencia se produce a través de un mecanismo validatorio de las actitudes y creencias del sujeto. Dejemos aquí esta cuestión, que volveremos a retomar unas líneas más abajo.
Otro de los elementos que aparece tanto en el modelo de Fishbein y Ajzen como en el de Himmelweit es la influencia y presión que ejercen sobre el sujeto grupos de personas próximas a él. Concretamente, Fishbein y Ajzen señalan que las creencias de ese grupo de personas y la motivación del sujeto para satisfacerlas influyen en la decisión de voto.
De nuevo, nos encontramos con un elemento que, si es aceptado de forma literal, implicaría que el sujeto responde de forma cuasimecánica a las presiones del ambiente. Y de nuevo, aceptando el papel que juega el grupo de personas próximas al sujeto en la decisión de voto, cuestionamos el mecanismo explicativo de esa influencia. Creemos que, en vez de pensar en el grupo de referencia del sujeto como algo que "obliga" al sujeto a actuar en una dirección u otra, es más oportuno considerarlo como un elemento que influye en el sujeto a través de la información que le brinda.
En este sentido, el grupo de referencia es uno más de los agentes que están incidiendo sobre el sujeto. Su importancia residirá en la proximidad y en el mayor número de interacciones que se establecen entre éste y los sujetos.
Por todo lo anteriormente expuesto, creemos que un aspecto básico a la hora de analizar tanto la decisión de voto como la estabilidad o el cambio de éste, es el grado de certidumbre o de seguridad que el sujeto tiene en sus creencias y actitudes.
En otro momento (Sabucedo, 1984b) expusimos las ideas clave sobre las que gira este planteamiento que está enraizado en la psicología del procesamiento de información. Para no aburrir demasiado al posible lector de estas páginas expondremos muy sucintamente esta cuestión.
Así como afirmamos anteriormente que los sujetos que mantienen un mismo sistema de creencias pueden diferir en la importancia que atribuyen a cada una de ellas para su decisión de voto, también podemos suponer que la seguridad de los sujetos en ese sistema de creencias no es la misma. Unas personas pueden mostrar una seguridad alta o extrema en sus creencias mientras que otras pueden mantenerlas con mayor incertidumbre.
En este sentido la identificación con un partido y la influencia de las personas próximas al sujeto pueden entenderse como elementos validatorios del sistema de creencias del sujeto. Simpatizamos con un partido porque mantiene una visión del mundo semejante a la nuestra, y la adhesión a ese grupo nos sirve al mismo tiempo para reforzar nuestras propias actitudes y creencias. Esto es, podríamos hablar de una especie de feedback que se establece entre el sujeto y grupos para él significativos. De este modo, nos encontraríamos con un grupo de sujetos con un sistema de creencias muy elaborado y con una identificación, clara con una oferta electoral, y con otro grupo que mantiene unas creencias y unas preferencias políticas de modo más inestable.
El primer grupo de sujetos tenderá a mantener una estabilidad en su voto, y los planteamientos de la campaña electoral no influirán sobre él. Los cambios que en este caso puedan producirse en el sentido del voto vendrán provocados fundamentalmente por una nueva orientación en la política de su partido.
El segundo grupo, al no contar con un sistema de creencias ni con una identificación partidista tan arraigada como en el caso anterior, es más susceptible al cambio de voto en las sucesivas elecciones. Estos sujetos votarán fundamentalmente en base al planteamiento realizado por los partidos sobre temas puntuales. Por ello, la influencia de la campaña electoral sobre el voto de estos sujetos será significativamente mayor que sobre el primer grupo.
Butler y Stokes (1974) y Himmelweit et al. (1981) afirman que la tendencia actual del electorado parece ir en la línea del segundo grupo que hemos señalado, esto es, un votante menos fiel y más fluctuante en su decisión.
En las últimas páginas de este trabajo hemos pretendido mostrar los elementos más significativos que configuran los modelos de decisión de voto actual. Pero como se ha visto, no hemos tratado de hacer una exposición lineal de los mismos, sino que hemos creído oportuno polemizar alguno de sus supuestos y plantear una alternativa. Sinceramente esperamos que esta forma de enfocar el tema no haya sido más perjudicial que beneficiosa a efectos expositivos. Al menos nuestra intención no era esa.
Como se ha podido comprobar, los modelos actuales de conducta de voto atribuyen un papel central a las creencias y actitudes del sujeto y a la evaluación que éste hace de los distintos partidos. Sin negar la utilidad de tales enfoques consideramos que los mismos deben elaborarse más en el sentido de analizar con mayor rigor la variable sistema de creencias de los sujetos. Por ello proponíamos tanto un cambio en la metodología utilizada en estos estudios como una nueva aproximación teórica que tuviese en cuenta un hecho que a nosotros nos parece fácilmente constatable: la mayor o menor seguridad que el sujeto tiene en sus creencias socio-políticas.
Junto a lo anterior, creemos que sería de interés conocer la influencia que los líderes de los distintos partidos tienen sobre el voto. Las características personales que los votantes pueden atribuir a esos líderes: honradez, eficacia, ambición, etc., pueden ser importantes para una parte del electorado a la hora de emitir su voto.
Por último debemos señalar que los modelos de decisión de voto que aquí se han comentado han sido elaborados en contextos socio-políticos diferentes al nuestro. Por ello creemos necesario que se abran en nuestro país líneas de investigación que nos permitan conocer cuáles son aquí las variables más significativas en la decisión de voto. El interés del tema y la incidencia política del mismo se lo merecen.
En estas páginas hemos tratado de presentar una panorámica general sobre dos de las líneas de investigación que configuran la psicología política: participación política y conducta de voto. Pero como hemos expuesto al inicio de este trabajo en esta disciplina se abordan otros temas que tienen una clara incidencia en nuestra realidad socio-política.
Todo ello apunta a que la psicología a través de esta y otras disciplinas y áreas de investigación puede y debe jugar un papel más relevante en nuestra sociedad. Nosotros apostamos decididamente por ello.
BIBLIOGRAFÍA
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Material adicional / Suplementary material
Cuadro 1. Grado de efectividad atribuido a distintas conductas políticas no convencionales.