Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1988. Vol. (35).
MANUEL FERNÁNDEZ GALIANO
La conocí en octubre de 1935. Nos sentábamos juntos en algunas clases, sobre todo la de griego. Ella, con brillantez y precocidad poco usuales, venía ya de Zaragoza con su Licenciatura en Historia, pero necesitaba aprobar algunas asignaturas de Comunes para obtener en Madrid su segunda, la de Filosofía: no hay que decir que tanto en la calificación global de aquélla como de ésta consiguió sendos sobresalientes, aunque la verdad es que el griego nos interesaba poco a los dos. Mi vocación fue muchos más tardía. Y, como el profesor era un clérigo tan bondadoso como mediocre en cuanto a dotes pedagógicas, solíamos entretener nuestros ocios con charlas sobre mil temas del presente y el futuro. Primer rasgo, que para mí tiene un gran valor humano: la simpatía.
La guerra nos centrífugo como a todos. Volvimos a las aulas en 1939 y terminamos nuestras respectivas carreras yo en 1940 y ella en 1942, año en que me casé con Maribel. Ella no debió de tardar mucho en hacerlo con Julio Calonge, otro helenista, entrañable amigo nuestro de entonces y de siempre. A lo largo de las solterías de unos y otros debimos de vernos bastante. Las relaciones entre los dos matrimonios fueron al principio escasas, por mmil circunstancias incluso geográficas, pero en cada encuentro pude comprobar en ella (segundo rasgo) su afectividad y sentido de la amistad.
María Eugenia trabajaba con toda la intensidad necesaria en aquellos tiempos difíciles. En 1943 y 1945 respectivamente accedió a la Adjuntía y Cátedra de Filosofía de Instituto. Creo recordar que durante algún tiempo enseñó en Osuna, ciudad natal de mi madre, mientras Julio lo hacía en Sevilla, lo cual llevaba consigo (piénsese en las comunicaciones de aquella época) una sola relativa proximidad geográfica entre el matrimonio. Arduas circunstancias en que debió ayudarle su tercer grado, la conformidad un tanto estoica.
De la generosidad a la psicología
Pero su opción vocacional no sólo estaba anclada sólidamente en la filosofía (que por lo demás arrostraba una terrible crisis en la España de la postguerra), sino que se extendía a ese terreno a la sazón mal roturado que es la psicología. Esta no existía aún como Licenciatura exenta: lo mejor -debió de pensar María Eugenia- es abordar la psicología desde la otra vertiente, a partir de la psiquiatría como parte del currículum de medicina. Y, en sus idas y venidas desde donde fuera, y vaya usted a saber con cuánto fecundo esfuerzo, no paró hasta licenciarse en Medicina por la Complutense en 1954: a ello se sumaría en 1973 el correspondiente doctorado cum laude. En el primero de los años citados se inició ya en la docencia de la nueva facultad. Sus labores de los siguientes años en los departamentos de Medicina Psicosomática del Hospital Provincial o de Psicología Clínica de San Carlos demuestran la seriedad con que emprendió estos estudios, y ello sin duda porque no buscaba en ellos un simple acomodo profesional, sino sobre todo la posibilidad de hacer bien al prójimo atribulado. Cuarto y bello rasgo, la generosidad.
Luego vino su ascenso hacia la cátedra, que la legislación aquélla convertía en una verdadera carrera de obstáculos. Adjunta en 1975; Agregada de la Autónoma, mi Universidad, en el mismo año; Catedrática de Salamanca en 1978 y de la Complutense en 1981. Yo por entonces la veía muy esporádicamente, a pesar de la citada coincidencia, porque la Autónoma, ya a partir de su propia estructura arquitectónica, ha sido siempre un Centro sumamente dispersivo. María Eugenia aparecía de pronto en mi despacho o en la cafetería o en el pasillo, pero nunca para hablar de los conflictos que en aquel momento de mi vicerrectorado tampoco faltaban. Al contrario, cada contacto con ella aportaba a nuestra relación dos matices innatos en ella: la alegría ante goces y adversidades (quinto rasgo) y la extraordinaria modestia (sexto rasgo, poco frecuente en nuestro gremio) que no dejaba sospechar bajo su apariencia y porte sencillos a una primera figura de psicodiagnóstico.
Y, por desgracia, debo anotar un séptimo y sublime rasgo en el psicograma de esta gran mujer, su entereza y conformidad ante la muerte. Cuando se acerca ésta, los hombres nos dividimos en dos grupos. Hay quien la aguarda rodeado constantemente de parientes y amigos que le consuelen o distraigan. Pero otros prefieren vivir solos o parcamente acompañados el fin del proceso vital, meditar y planear interiormente lo que no podemos impedir que venga. Así debió de ser María Eugenia en los últimos meses de su vida.
Descanse en paz y en gloria eterna quien tanto lo mereció.