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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Última difusión: Enero 2024
  • Periodicidad: Enero - Mayo - Septiembre
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Papeles del Psicólogo, 1988. Vol. (35).




LA DOCTORA ROMANO, MAGISTERIO SILENCIOSO

HELIO CARPINTERO

Pensando estos días en María Eugenia Romano, recordando su figura, he llegado a pensar lo siguiente:

La presión de la publicidad sobre la vida contemporánea es general. Se tiende a pensar que sólo existe aquello que es público. Hasta en las universidades se ha implantado la jornada de "puertas abiertas" para airear y divulgar lo que en su interior se investiga y se crea.

Aceptación, sin prisa, de la realidad

¿Hasta dónde habrá que llegar en esa línea? ¿Cuánta intimidad requiere la creación, la investigación, el alumbramiento de nuevas ideas? Hace ya muchos años, Ortega se propuso meditar sobre la contraposición entre vida activa y teoría bajo las figuras bíblicas de Marta, agitada e inquieta, y la contempladora María; ¿es sólo una cosa necesaria?, ¿puede haber contemplación, teoría, en medio de la presión de una continua publicación del pensamiento?

Es posible que lo último que haya escrito la doctora Romano, que es como solía ser llamada, hayan sido unas cariñosas palabras de dedicatoria en la primera página de su libro sobre las técnicas de diagnóstico mediante el dibujo de la figura humana que me entregó, para mi colección de documentos sobre psicología española. Me llegaba así, en horas finales y emocionadas, lo que ha debido ser su único libro publicado.

María Eugenia Romano no había construido su figura de investigadora, de profesora, de experta psicóloga clínica sobre un montón de páginas escritas con prisa sobre temas puntuales de limitado alcance. Su nombre, por el contrario, estaba rodeado de un cierto halo de arcano, de dificultad dominada en silencio, de competencia difícilmente adquirida a lo largo de los años. Su instalación en las técnicas proyectivas, singularmente en el test de Rorschach, parecía completa. Venía, hacia quienes llegábamos más tarde a la psicología, envuelta en prestigio, en lejanía, en silencio. Tan sólo se sabía que era doctora, que había estudiado medicina y filosofía, que conocía los entresijos de los tests proyectivos, que era buena persona.

Desde ese recogimiento, desde ese silencio personal la doctora Romano trazó una vida personal que reunió tres licenciaturas -junto a la de filosofía y medicina añadía, según hemos sabido luego, la de licenciada en historia-. Supo luego estar cerca de aquéllos de quienes podía aprender, y así colaboró con Marañón y con Rof en el Instituto que dirigía el primero, haciendo psicodiagnóstico y psicosomática. Pasó luego años en la Escuela de Psicología, donde los cursos sobre Rorschach, fuera de programa, atrajeron continuamente el interés de los jóvenes profesionales que allí se iban formando. Luego, con calma, poco a poco, vino a ocupar lo que un aristotélico había llamado "su lugar natural" en la facultad de psicología de la Universidad Complutense, mediante rodeo por el dorado resplandor de Salamanca.

Tal vez el secreto de esta biografía haya estado, precisamente, en su aceptación de la realidad sin prisa ni ambición. Al comenzar su libro, la doctora Romano estampó estas palabras: "No se trata sino de unas consideraciones sobre una técnica que, en opinión de quienes la emplean ofrece grandes posibilidades, pero cuya justificación por métodos experimentales se presenta aún difícil."

Así, tras disolver la primera persona en un plural impersonal, la autora del libro admitía a un tiempo las grandes posibilidades de unas técnicas de diagnóstico, unido a la dificultad de su justificación científica. Ni lo segundo le cegaba sobre sus propias e intransferibles evidencias, ni su experiencia personal le engañaba sobre el "status" epistemológico y científico de los instrumentos que manejaba. Entre la exigencia clínica y el rigor de la academia, María Eugenia Romano supo soportar la tensión conflictiva sin romperla, sin simplificarla, sin falsificar la situación.

Entre la clínica y la academia

Pienso ahora que, posiblemente, esa radical tensión íntima, personal, vivida con autenticidad, es lo que veían sus discípulos próximos, quienes se iniciaron de su mano en el manejo de esas técnicas. Debían ver que la utilidad práctica, la significación profesional y clínica de esos métodos de diagnóstico eran reconocidos, no negados en virtud de un excesivo prejuicio de rigor científico; pero debían también sentir el compromiso que el científico que también habitaba en la doctora Romano exigía comprobaciones que no lograba reunir.

Tal vez esa tensión, vivida profundamente, sin aspavientos, le permitía ver el sentido limitado del propio conocimiento, de la ciencia misma, al menos de algunos de sus paradigmas más en alza. Al propio tiempo, su propia formación y su experiencia le hacían ver que el profesional, el clínico, el psicólogo enfrentado al diagnóstico de sus semejantes, tiene que formar su juicio en un tiempo inaplazable, de hoy para mañana, forzado a intervenir en casos muchas veces perentorios, de un modo que exige responsabilidad y seriedad, pero que excluye la agitación publicitaria y satisfecha.

Veo a María Eugenia Romano en la tradición de aquellos maestros universitarios alemanes que podían anunciar, antes de la celebración de una clase, que el señor profesor no había aún resulto la cuestión sobre la que debería haber versado la lección. Su silencio, su fina y suave ironía ocasional, su afán de saber, dibujan un admirable perfil científico y magistral esencialmente interrogante, al que debemos sensibilizarnos todos. Como dijo Wittgenstein, "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse": callarse, y pensar, para que al fin podamos llegar a hablar plenamente.

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