Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1988. Vol. (36-37).
HELIO CARPINTERO
Departamento de Psicología General. Universidad Complutense. Madrid.
Hay en España una larga tradición de psicología aplicada. Aunque sin continuidad, con larguísimas interrupciones, no deja de ser significativo que entre nosotros haya aparecido, una y otra vez, el interés pro los temas psicológicos de la mano de sus posibles aplicaciones personales o sociales.
Así, Luis Vives, el , al decir de Foster Watson (1916), comenzó por establecer que al ocuparse del alma y de la vida o Tratado del Alma, 1538) no le interesaba tanto el fondo esencial cuanto el cómo de su actividad y su desarrollo, como, quien quiere conocer a un artífice para saber en qué es hábil y en qué no lo es, según sus propias palabras.
Esta actitud reaparece en toda su plenitud en la obra de Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias (1577), verdadero tratado sobre las habilidades o facultades de los individuos y su relación con las profesiones y estudios de la época. Huarte, con razón, ha sido considerado como el iniciador de los estudios diferenciales, y tras su propósito latía con claridad el afán de aplicar estas ideas a la selección y orientación profesional de los jóvenes de su tiempo.
Cierto que hay un largo trecho desde estos precedentes renacentistas a la primera manifestaciones de una nueva tradición, ahora ya de psicología científica, que empieza a surgir a fines del siglo XIX y primeros años de XX.
El desarrollo de esta inicial psicología española tiene rasgos propios que no carecen de interés.
En primer lugar, un factor relevante radica en el hecho de haber sido nuestro país no creativo, sino receptivo de una psicología que ya se estaba haciendo fuera. Semejante situación hizo posible que un motivo dominante en el proceso de recepción lo constituyera la notoria utilidad que el nuevo conocimiento parecía reportar a la sociedad. El interés por las aplicaciones hubo aquí de ir por delante del interés por la teoría en si misma.
Además, la incorporación de ideas técnicas que se estaban plasmando fuera de nuestro ámbito cultural hubo también de incitar a otros profesionales a incorporar aquí y allá ciertos rasgos del rol del psicólogo, en un cierto proceso de hibridación de roles donde, desde uno ya admitido y bien establecido, se iban a injertar algunos aspectos del rol del psicólogo para dar satisfacción a las necesidades a que se quería hacer frente.
Por otro lado, la entrada de la psicología en España ha sido vista en conjunto, un proceso de cierta complejidad (Carpintero, 1980). Las nuevas ideas vinieron en gran medida de la mano de un grupo progresista y europeista, reunidos en torno a la Institución Libre de Enseñanza, que con Giner de los Ríos a la cabeza, estaba profundamente interesado en llevar a cabo una reforma social a través de la reforma de la educación y con ello del cambio de la mentalidad dominante en nuestra sociedad. El interés por los aspectos educativos, luego también por los terapéuticos y sociolaborales, inseparables de toda reforma social, impusieron una jerarquía de prioridades que influyeron muy poderosamente en los contenidos que convenía introducir entre nosotros.
De esta suerte, cabría distinguir una órbita de problemas y cuestiones relacionadas con las aplicaciones psicológicas en el campo de la educación, de otra más bien centrada en los aspectos laborales y organizacionales. Educadores y profesores, médicos, ingenieros y algunos abogados han sido los grupos que comenzaron a mostrar un decidido interés por la psicología y sus aplicaciones a los temas sociales.
La historia de la psicología en España muestra dos etapas bien definidas, separadas por la guerra civil que tuvo lugar entre 1936 y 1939. El lento desarrollo de un país básicamente agrario, con una industrialización particularmente concentrada en las regiones catalanas y vasca, dominado por una serie de tensiones entre grupos progresistas y conservadores, entre tendencias centralistas y otras regionalistas, entre una mentalidad laica y otra tradicionalmente católica, hizo que se fueran radicalizando las cuestiones hasta dar origen a una dramática confrontación armada, con intervención internacional de grupos y países extranjeros, que ha aparecido como el pórtico y primer enfrentamiento de las democracias con el totalitarismo que luego culminaría en la segunda guerra mundial. Como es bien sabido, la guerra española terminó con la liquidación de su estado republicano, de un sistema político democrático y pluralista y con una profunda transformación, del mundo cultural e intelectual enormemente abierto y creador de las primeras décadas de nuestro siglo. La instauración de un gobierno fuertemente conservador y represivo afectó a todos los órdenes de la vida, incluida la vida intelectual y científica, y el desarrollo de las ciencias sociales.
En psicología la guerra vino a suponer el corte de una tradición incipiente de psicología científica, que desde fines del XIX y primeros años de nuestro siglo había comenzado a alentar, y que poseía ya en los años treinta un reconocimiento y aprecio internacionales; ya en la posguerra, tras un intento más o menos gubernamental dedicado a revitalizar una psicología escolástica paulatina de la orientación científica que ha adquirido gran volumen en los años recientes.
Los comienzos de una tradición
Procuraré recordar aquí lo que a mi juicio han sido los jalones fundamentales en esta historia y evolución de la psicología científica en nuestro país.
Por lo pronto, hemos de tener presente que nuestro país ha sido en este caso un país receptor, no creativo. En una palabra, hemos la psicología trayéndola desde donde se iba construyendo creadoramente.
Como ocurre, además, en todos estos casos en que se importa algo que en otras partes se ha creado, ha ido por delante, sobre todo una visión pragmática y utilitaria que descubría en la psicología ventajas o valores para ciertos proyectos sociales más amplios. Estoy, por esto, en fundamental acuerdo con lo que alguna vez ha dicho Mallart, para quien fue la psicología aplicada la que realmente trajo aquí a la psicología general y a la psicología experimental.
Esto quiere decir, además, una cosa: que algunos grupos definidos de profesionales, interesados en proyectos y empresas dentro de los cuales la nueva psicología podía jugar algún papel, procedieron a incorporar a su rol primitivo dimensiones o aspectos que corresponderían a la figura del psicólogo, empezando a dibujarse así su perfil desde su necesidad.
Simplificando mucho las cosas, se puede decir que a lo largo del final del siglo XIX y comienzos del XX la atención hacia la psicología científica fluye principalmente a través de dos canales, que podríamos identificar como el canal madrileño y el canal catalán, Quizá también en psicología, como ya ocurre en filosofía, deberíamos mejor hablar de una Escuela de Madrid y una Escuela de Barcelona, no enteramente desconexas entre sí.
La Escuela de Madrid se constituyó en torno a un grupo intelectual progresista y renovador, los krausistas, y más en concreto en torno al movimiento centrado en la Institución Libre de Enseñanza.
En este núcleo cabe un papel principal al magisterio indiscutido de Francisco Giner de los Ríos, educador, jurista, filósofo, y en una buena parte de su obra, conocedor aficionado a la psicología. Pero en el campo psicológico, el nombre central es el de Luis Simarro, psiquiatra y primer catedrático universitario de psicología en España, en Madrid, que mantuvo una posición en aquel al parecer habría de integrarse el asociacionismo inglés con un experimentalismo psicofisiológico alemán. Su obra escrita, reducidísima, no da la menor idea de lo que su contacto personal, su espíritu de investigador y su capacidad crítica y sugestiva debió ser, a juzgar por los testimonios de sus discípulos.
En torno suyo se formó un grupo de profesores Martín Navarro, Francisco Santamaría, Fermín Herrero, Domingo Barnés, Vicente Viqueira, entre otros, autores de algunos manuales muy bien informados y finamente hechos, que no dejan de ser, salvo en el caso de Viqueira, obras puramente didácticas.
Viqueira es un caso aparte. Viqueira es una primera frustración científica que hemos tenido que padecer. (Esta historia, como se verá, es una historia de ciertas frustraciones que no ha generado una correlativa agresividad).
Viqueira, además de ser discípulo de George Elias Müller en Alemania, de trabajar en su laboratorio de Gottinga, y luego publicar un estudio sobre memoria de sílabas sin sentido en el Zeitschfigt für Angewandte Psychologie -el estreno, o la puesta de largo, de nuestra investigación psicológica que luego quedó sin continuidad-, además de todo ello, fue el autor de una historia de la psicología contemporánea (La psicología contemporánea, 1930), libro excelente que apareció seis años después de haber muerto, en plena juventud, su autor.
Viqueira pudo haber sido tal vez nuestro primer psicólogo de no haber vivido bajo la garra de una tremenda enfermedad casi desde su adolescencia. Pero no lo pudo ser.
Fue otro discípulo de Simarro, no psicólogo, sino psiquiatra, Gonzalo R. Lafora, quien logró impulsar el desarrollo de la psicología en el núcleo de Madrid. Lo hizo desde el campo de la terapéutica psicopedagógica y su principal motor lo constituyó el estudio y tratamiento de Los niños mentalmente anormales, por decirlo con el título de su libro más interesante en este campo, aparecido en 1917.
Estos son, tal vez, los rasgos distintivos del núcleo madrileño: la intervención de médicos interesados en aspectos psicoterapéuticos -Lafora, sus discípulos Valenciano, Germain, Mercedes Rodrigo-, que se tradujo en la creación de una serie de obras como el patronato nacional de Anormales, el Instituto Médico-pedagógico o el Instituto de Reeducación Profesional de Inválidos del Trabajo, y junto a esto, la actuación, en estrecha relación con ellos, de algunos pedagogos y maestros interesados por la psicopedagogía, como Domingo Barnés, Jacobo Orellana, A. Anselmo González o el propio José Mallart; el denominador común me parece verlo en ese interés por la psicopedagogía terapéutica, eco de un movimiento generalizado en Europa, en cuyo despertar habría cabido a Binet un singular lugar.
La línea catalana, por su parte, parece haber seguido una trayectoria algo distinta, condicionada en buena media por el diferente marco social en que iba a desenvolverse en un contexto de desarrollo industrial y de problemática social.
En sus inicios se sitúa la personalidad singular de Ramón Turró, biólogo y filósofo, a quien sus temas de estudio, en torno a la interacción entre biología y conocimiento, le acercaron a la psicología, sin que llegara a ocuparse centralmente de ella. Había en los distintos organismos, según él mantuvo, una sensibilidad trófica para los alimentos, unos reflejos tróficos que satisfacían las necesidades y pondrían en relación al organismo con las sustancias específicas, sirviendo así de base al conocimiento y a la acción.
En esta historia, en la psicología de preguerra, la figura de Emilio Mira y López tiene una significación singular, como una de las personalidades que orientaban la marcha de la investigación y que hubieran debido convertirse en cabeza rectora del futuro. Su esfuerzo inicial, sin embargo, hubo luego de ser continuado fuera de España, principalmente en Brasil, que fue después de su exilio una nueva y acogedora patria.
Conviene recordar al alcance y valor de la obra de este , como expresión de las más altas potencialidades de una tradición de pensamiento frustrada, en su mayor parte por la guerra.
El marco general de sus primeros trabajos viene dado por el movimiento renovador cultural y social impulsado en Cataluña por Prat de la Riva y la naciente mancomunitat de Catalunya.
En la Diputación de Barcelona se creó un Museo Social para recoger información sobre los problemas laborales y sociales, y allí se enmarcó un Secretariat d'Aprenentatge (19) enfocado a la orientación para jóvenes, que poco después se convirtió en un Institut d'Orientació Profesional (1918), con un Laboratorio de Psicometría, donde comenzó a trabajar Emilio Mira. La historia de esta psicotécnica inicial es bien conocida (Siguán, 1982). En síntesis, es una psicotécnica orientada hasta la selección profesional; estaba en buenas relaciones con otros grupos de investigación en Alemania y Francia; era, en fin, una psicotecnia creativa, como lo prueban las innovaciones tecnológicas introducidas por Mira, diseñador de una serie de aparatos para el diagnóstico psicológico y sobre todo de una prueba bien conocida, el test miokinético (o PMK), que ha alcanzado considerable difusión internacional.
Mira fue un piscotécnico relevante capaz de atraer hacia Barcelona la celebración de dos reuniones internacionales de la especialidad, en 1921 y en 1930. Pero además sus otros logros en el proceso de institucionalización de la psicología no pueden ser olvidados: publica un primer manual de psicología jurídica (1932), funda sucesivamente dos revistas de psicología en Cataluña y promueve la formación psicológica en la Universidad, donde llegó a ocupar una primera cátedra de psiquiatría.
Todo esto representó buena parte del frente de progreso y crecimiento de la psicología en España en los años de la república, mientras se pensaba en celebrar en Madrid un congreso internacional de psicología.
Al propio tiempo, la línea madrileña también progresó. En 1922 se estableció un Instituto de Reeducación Profesional de Inválidos del Trabajo, con el ingeniero César de Madariaga y el médico Antonio Oller, que respondía al acuerdo del Ministerio de Trabajo de devolver la mayor capacidad profesional posible a los accidentados laborales, procurándoles una readaptación funcional y una reeducación profesional que mejorara sus condiciones de existencia. Aunque el proceso estaba pensado en una dirección muy organicista, se había añadido un estudio vocacional y otro de aptitudes, de modo que facilitara .
Pocos años después, en 1928, se montaron unas oficinas laboratorio en varias provincias y dos institutos, uno en Madrid, con José Germain, y otro en Barcelona, con Emilio Mira, centros pensados para ocuparse de la psicología y la fisiología del trabajo y las pruebas psicotécnicas complementarias.
Como puede verse, en este movimiento psicotécnico hay una clara tendencia a injertar el rol del psicólogo dentro de unos papeles profesionales bien definidos y ya preexistentes. Mientras en el mundo educativo el doctor Lafora diría que los maestros podían aplicar eficazmente los test al ser éstos tan útiles y manejables, en el mundo laboral Madariaga hablaría de los , ocupados en las tareas de reeducación y rehabilitación. En la escuela y en la clínica laboral se hacía sentir, pues, la necesidad del psicólogo, pero se pensaba, un tanto ingenuamente que se le podría sustituir por otro profesional, entrenado en ciertas técnicas más o menos sencillas de aplicación e interpretación de pruebas objetivas de conocimiento individual.
Además hubo en esta época, en mi opinión, una gravísima ausencia en nuestro país: la de la psicotécnica del hombre joven y adulto normales. Es decir, faltó una importante psicotecnia industrial, y desde luego no hubo presencia apreciable de la aplicación al mundo militar. Esta última sobre todo, tan decisiva en otros países para promover un amplio conocimiento de las pruebas y crear una conciencia explícita en torno a la utilidad social de la psicología, faltó aquí casi por completo. La selección realizada de algunos conductores y de algunos aviadores (1932-1933) no puede compararse con el proceso que tuvo lugar en Estados Unidos con las pruebas Army Alfa y Beta en la primera guerra mundial. Allí esa gigantesca selección dio un enorme respaldo a la psicología aplicada; en nuestro país de orientación juvenil, restringido su estudio a la minoría necesitada de terapéutica especial.
Con todo, entre nosotros la psicología progresaba. Se había traducido casi enteramente a Freud, pero también a Pavlov, a Adler, a Ribot, a Claparède y a Piaget, a Kretschmer, a Koffka, a Spranger y a muchos otros, que no vamos ya a mencionar. No estamos haciendo un catálogo de traducciones, estamos mostrando que había antes de la guerra una base cultural e institucional en desarrollo que auguraba un importante porvenir. Se comenzó a publicar revistas especializadas -como lo hizo Mira- en un ambiente de francas relaciones con el extranjero.
La guerra civil supuso un corte muy violento. Lo he contado con algún detalle en otros lugares. Aquí sólo importa notar que su efecto fue múltiple, afectando a muy varios niveles. Impuso el exilio a muchas de las figuras más relevantes de la naciente psicología española -Emilio Mira, Ángel Garma, G.R. Lafora, M. Rodrigo, entre otros-, oscureció o silenció a otros que quedaron, cortó la vida de las publicaciones y transformó las instituciones que se habían ido creando. Sobre todo se llevó a cabo, durante unos años, un intento de transformación de la psicología científica en psicología escolástica en el mundo universitario y académico. Este intento de recentrar la psicología en santo Tomás de Aquino al fin hizo más difícil el renacer de la tradición anterior, realmente amenazada de extinción.
Creo que la conservación y recuperación de la tradición de la ciencia psicológica entre nosotros no se entiende sin la figura de don José Germain y su incansable actividad para reinstitucionalizar la psicología entre nosotros. Amigo y compañero de Mira, discípulo y colaborador de Lafora, amigo de Ortega, parecía destinado a quedar sumido en la sombra y la privacidad; una recomendación del Padre Gemelli en el momento y lugar oportunos permitieron que ese hombre iniciara sus trabajos en pro de la psicología científica desde un pequeño Departamento de Psicología Experimental en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, núcleo germinal del desarrollo posterior en el que iban a colaborar Yela, Pinillos, Secadas, Siguán, Pertejo, Alvarez Villar, Forteza, Pascual y algunos más. Ya en 1946 Germain había hecho posible la aparición de la Revista de Psicología General y Aplicada surgida por transformación y crecimiento de una revisa menor preexistente, Psicotécnica. Pocos años después surgía la Sociedad Española de Psicología (1952) y la Escuela de Psicología en la Universidad de Madrid (1953), que abría la senda para la formación de psicólogos profesionales, aunque como Yela ha dicho alguna vez, ello suponía empezar la casa por el tejado: en vez de formarlos desde abajo, desde la licenciatura, se convertía en especialistas a gentes tituladas procedentes de otras carreras y con un curriculum ajeno a las necesidades profundas de fundamento que el psicólogo puede tener.
Germain no creó un sistema de ideas ni una escuela psicológica, sino que impulsó a sus colaboradores a poner el esfuerzo, de modo personal, en la dirección de la recuperación de la psicología científica y técnica. Se estudiaron y adaptaron cuestionarios y test, hubo un importante proyecto de selección profesional de pilotos, y sobre todo la escuela profesional fue adelante. Algunos de los colaboradores íntimos de Germain, como don José Mallart, o el doctor Soto Yárritu, todavía felizmente entre nosotros, podrían contar mucho de lo vivido en aquellos años de renacimiento.
En los años siguientes, de paulatina consolidación de la psicología, se han mantenido, a mi juicio, ciertas tensiones estructurales básicas que han contribuido a dibujar el perfil de nuestra situación.
La primera s la que llamaría . La inicial orientación aplicada de la psicología entre nosotros, antes de la guerra, se había de prolongar al constituirse una escuela profesional, de postgrado, sin que tuviera por base una fuerte organización académica que hiciera posible la investigación sistemática. En nuestro país no se llegó a constituir un laboratorio de psicología dedicado al trabajo experimental en el estudio de los procesos psicológicos y sus modalidades aplicadas, que sirviera al propio tiempo de formación de investigadores. Todavía, en años muy recientes, se ha consumado por la administración la supresión del Instituto Nacional de Psicología sin protestar apreciables ante tamaño desatino.
Una segunda tensión o polaridad me parece verla dibujarse en torno a dos direcciones existentes en toda ciencia: la dirección hacia la especialización y aquella otra que mira a los aspectos básicos y genéricos del conocimiento. El contexto social en que se han tenido que mover los psicólogos en los años cincuenta y sesenta favorecía un tipo de formación de baja especialización y de inmediata aplicabilidad de los conocimientos al mundo concreto. La falta de un centro investigador potente, que he señalado en el punto anterior, guarda estricta relación también con éste. Un hecho expresa esa situación mejor que muchas y largas descripciones durante años, y hasta llegar a la década de los setenta, junto a dos o tres revistas especializadas en temas clínicos y promovidas por psiquiatras interesados en psicología, la única publicación abierta a la psicología en todas su direcciones ha sido la fundada por Germain en 1946, órgano de la sociedad científica de los psicólogos y testimonio vivo y fehaciente de lo que ha sido haciendo en este país en ese campo.
Finalmente, una tercera dimensión de variaciones, que a mi juicio caracteriza el renacimiento psicológico en nuestro país, está referida a la diversidad conceptual desde la que aquel se ha producido. Entre los colaboradores de Germain había una comunidad de entusiasmo, pero no de escuela. Yela, formado un tiempo con Thurstone, representó un fuerte impulso hacia la psicometría y la psicología matemática: Pinillos, pasado por Alemania y sobre todo por el departamento de Eysenck, en el Maudsley Hospital de Londres, acentuaría los trazos en torno a los temas de personalidad y de comportamiento social; Siguán ha trabajado en temas sociolaborales y luego sociolingüísticos, y algo parecido cabría ir diciendo de los otros miembros del grupo: Esto quiere decir, en una palabra, que entre nosotros ha existido una pluralidad teórica de partida, modulada en casi todos esos casos por un sentido vivo de la problemática filosófica, tal vez diría mejor que afecta de raíz a los problemas de una psicológica abierta a cuestiones antropológicas interdisciplinares.
De este modo llegaremos a los años sesenta, en que se produce la explosión de la psicología en nuestro mundo académico, pronto seguida de otra correspondiente en el mundo social al abrirse la vía universitaria para la formación de psicólogos desde la base y crearse un título independiente de psicólogo con un curriculum específico (Fernández Seara, 1983).
Aquí, al igual que en otras partes, la llegada de la psicología a la universidad ha representado un salto cualitativo hacia su institucionalización. En efecto, ello ha significado un incremento muy fuerte del número de personas dedicadas a la docencia y también, de forma concomitante, a la investigación en este campo. La consecuencia inmediata ha sido el crecimiento espectacular de publicaciones, y muy particularmente de revistas cada vez más especializadas, alimentadas muchas veces por la actividad de las cátedras y departamentos creados. Se ha producido también una ampliación del espectro teórico en que se han inscrito las nuevas líneas del trabajo. Aquí, como en otras partes, ha habido una importante penetración de los conceptos y métodos de la modificación de conducta, de modelos diversos de investigación en la realidad social y un creciente despliegue de los puntos de vista cognitivos en el estudio de los procesos psicológicos, en los cuadros de trabajo de la psicología universitaria, proceso que ha ido acompañado, en paralelo, por una ampliación del mundo psicodinámico en el campo clínico propiciado por la llegada a nuestro país de numerosos psicólogos y psiquiatras procedentes de países latinoamericanos.
Ha habido, además, con la aparición de los psicólogos universitarios en el mercado de trabajo, una creciente presión social para lograr para ellos el reconocimiento de su rol diferencial, así como la apertura de un campo diversificado de trabajo. De este modo han ido entrando en gabinetes psicopedagógicos, en prisiones, en gabinetes psicopedagógicos, en prisiones, en gabinetes de reconocimiento de conductores, en equipos de rehabilitación, servicios sociales, juzgados de familia y otros muchos campos que contribuyen a mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad (Carpintero, 1987).
De todos modos, creo que en nuestro país la explosión demográfica de titulados en psicología ha venido más de la demanda vocacional de estos estudios, por parte de nuestros jóvenes, que de la demanda específica de tales especialistas en el mercado de trabajo. Se ha tratado de una expansión desconectada del desarrollo del mundo industrial y del de la higiene mental y la clínica; sólo en el campo educativo ha habido un desarrollo significativo de la atención a los temas psicopedagógicos, con la consecuencia de la aproximación a la psicología de gran número de educadores deseosos de complementar así su primer formación. En el interés por la psicología cabe ver, más que otra cosa, una preocupación por los temas sociales y humanitarios que ha ido acompañado, precediéndola, a la apertura del proceso democrático en España.
En todo caso, ahora la psicología universitaria y académica ha ido por delante de la profesional y aplicada, pero tampoco bien conectada con ésta. Una cierta lógica habría más bien requerido un diseño detallado de la formación de estos profesionales desde el horizonte de una posible práctica. Habría debido atenderse a las exigencias y requerimientos formulados por los grupos sociales interesados en utilizar en su campo las técnicas propias del psicólogo. En suma, habría sido oportuno comenzar por examinar cuáles eran las demandas que la sociedad planteaba sobre el producto final de los estudios de psicología; pero hubo que comenzar por el otro extremo, contando con los requerimientos juveniles de los estudiantes y los intereses y orientaciones de quienes habían de enseñarles. Se ha partido, pues de una situación de hecho, producida en la universidad, que ha resultado ser una grave masificación- Se calcula que entre 1971 y 1983 se licenciaron unos 20.000 psicólogos (a un ritmo de algo más de 1.500 por año); durante el curso 1986-87 parece haberlo hecho 3.325. En este curso, citado parece que hubo en la universidad 39.174 estudiantes matriculados, con 894 profesores (estos datos me han sido generosamente proporcionados por el Colegio Oficial de Psicólogos), lo que supone algo más de 40 alumnos por profesor, una proporción realmente poco deseable para unos estudios científicos como deben ser los de psicología. El resultado es un perfil típico del psicólogo actual que no hace muchos años se presentaba con estos rasgos, entre otros: un 64% de los psicólogos tendría edades inferiores a treinta años, un 59% sería del sexo femenino, un 73% se concentraría en Cataluña y Madrid, un 77% trabajaría en psicología clínica educativa, aunque sólo un 48% tendría la psicología como actividad principal y un 40% tendrá otra carrera, además de psicología (De la Torre, 1985). La conclusión se impone lógicamente. Estamos ante un colectivo sumamente joven, necesitado todavía de lograr mayores cotas de consolidación social.
La situación presente tiene ciertos rasgos que no deben ser desatendidos. Hay, a mi juicio, todavía hoy un fuerte distanciamiento entre la dimensión académica y la profesional de la psicología, que repercute seriamente en el nivel y la cualidad de la formación de especialistas en psicología aplicada. Prueba de ello es la ausencia de cátedra en el campo de la psicología organizacional e industrial, a pesar de ser éste un área donde nuestros licenciados encuentran una acogida estimable y bien remunerada. Tal vez guarda alguna relación con esto la falta de personas del mundo académico que pertenezcan a su vez a las instituciones profesionales y singularmente al Colegio Oficial de Psicólogos; quienes se mueven en ambos orbes son. hoy por hoy, una reducida minoría. Tal distanciamiento que a nadie beneficia, es por lo pronto un rasgo de nuestra situación con que hay que contar.
Hay, por otro lado, en ocasiones, entre los orientados a la intervención aplicada una cierta tendencia a desvalorizar la metodología rigurosa y científica, en beneficio en cambio de un y entrega personal que harían del psicólogo un cierto reformador social más o menos intuitivo y abnegado. Pero la psicología es una ciencia, su intervención siempre ha de estar basada en ideas contrastadas y racionalmente construidas y ha de someterse a criterios empíricos objetivos que muestren la justificación racional de las medidas adoptadas en cada caso.
Semejante exigencia debería ser autoasumida por el colectivo de profesionales, con la conciencia de que esa es la condición básica para producir en la sociedad la imagen técnica y rigurosa del psicólogo como un profesional capaz de actuar en el plano individual y el social desde un horizonte de conocimientos estrictamente científicos. La hora del psicólogo como mero diagnosticador, no digamos ya como mero testólogo, ha pasado; ha sobrevenido otra más compleja, y de más responsabilidad: la hora de la intervención integrada dentro de equipos interprofesionales, donde la propia y especializada competencia ha de ser defendida y reivindicada.
En el nuevo marco político de la Comunidad Europea hay ya que plantear urgentemente las líneas de la formación de nuestros profesionales en el horizonte abierto por el libre intercambio de profesionales dentro del mundo comunitario, y la situación competitiva a que se está abocado en éste, como en otros campos sociales y profesionales. Los próximos años dirán si al fin los esfuerzos han ido en la dirección correcta y han producido los resultados deseados. A mi juicio, estamos entrando en los momentos decisivos en que se va a jugar el porvenir de una profesión y una especialización que nuestra sociedad necesita y en la que muchos de nosotros tenemos puesta nuestra confianza.
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