Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1991. Vol. (48).
SANTIAGO REDONDO, MANUEL ROCA, ELENA PEREZ
Los principios de la conducta han sido ampliamente utilizados en programas dirigidos a jóvenes delincuentes, en la comunidad. Mucho menor ha sido su uso en los centros penitenciarios (Milán, 1987). Además, cuando se han empleado los programas resultantes frecuentemente han incurrido en alguno de los siguientes inconvenientes importantes: (1) se destinaban a pequeños grupos de internos y durante cortos períodos de tiempo (por ejemplo, la mayoría de los programas de economía de fichas); (2) sufrieron una rápida degradación técnica, al depender su correcta aplicación del uso apropiado que hicieran de los principios de conducta un número excesivamente amplio de personas (directivos, funcionarios, etc.), lo que resultaba ciertamente dificultoso e improbable; o (3), en el peor de los casos, algunos programas, autodenominados de modificación de conducta, tuvieron una orientación marcadamente punitiva y se dirigieron al mero control de los internos, lo que de antemano los descalificaba como programas orientados hacia la rehabilitación.
Todo intento de movilizar la conducta de internos y personal en una institución penitenciaria debe considerar, al menos, dos ámbitos diferentes: denominaremos programas de contenido a aquellos que conciben y definen los objetivos parciales y finales hacia los que debe dirigirse la conducta de los sujetos destinatarios de ciertas intervenciones (si nos referimos a los internos en una prisión, entre éstos se encontrarían la adquisición de habilidades de vida social, educativas, laborales, disminución del consumo de drogas, de la violencia, etc.); todas estas metas no se logran, sin embargo, por su mera enunciación, o por la sola enumeración de los pasos necesarios para su consecución, sino que debe atenderse también al factor motivacional de la acción; así pues, concebiremos como programas de apoyo aquellos que, como en el caso de los programas motivacionales dirigidos a los internos, sirven para activar el comportamiento y dirigirlo al logro de los objetivos definidos por los programas de contenido.
En el diseño de estrategias para alcanzar la finalidad motivacional mencionada puede ser adoptada una perspectiva ambiental, que propicie el uso de los principios de conducta. Dentro de ésta, uno de los posibles caminos al considerar la interacción de individuos y ambiente organizacional es el de la clasificación de los internos, y su ubicación en diferentes departamentos dentro de la prisión. Tradicionalmente esta clasificación se ha realizado en base a criterios jurídico-penales (por ejemplo, detenidos, penados), criminológicos (reincidentes, primarios, tipos delictivos, peligrosidad, etc.) y de personalidad (rasgos, psicopatía, etc.). La consideración de estas tipologías ha derivado en una asignación generalmente estable de los encarcelados a específicos departamentos del centro penitenciario (pueden encontrarse descripciones de clasificaciones de este tipo en García-Pablos, 1989; Zager, 1988; Harris, 1988, Jesness, 1988; y Reitsm Street y Leschied, 1988).
Todos los anteriores sistemas clasificatorios se fundamentan en la idea de que la homogeneización de grupos de internos sobre la base de ciertos factores personales de los mismos (su personalidad, su actividad delictiva o su peligrosidad), y su consiguiente agrupamiento estable, permitirá su mejor control y un trabajo más eficaz con ellos. Estos sistemas clasificatorios toman en consideración el ambiente, aunque tienen una concepción estática del mismo, ajena a la utilización de las consecuencias que siguen a la conducta para la motivación de los internos.
Frente a la anterior concepción clásica del ambiente, en el Centro Penitenciario de Jóvenes de Barcelona se adoptó un planteamiento dinámico del contexto de la prisión, en consonancia con los principios de la conducta, Pretendíamos que esta concepción ambiental dinámica, que se había de concretar en el diseño de un programa motivacional, respondiera a las siguientes consideraciones:
1. Ciertas estimulaciones ambientales (normas, pautas de conducta, etc.), podrían ser empleadas como desencadenantes de la emisión por los internos de ciertas conductas prosociales (como participar en programas académicos u ocuparse de su propia higiene), o como refuerzos de las mismas,
2. El programa que se diseñara debería tener un carácter institucional, y habría de ser capaz de afectar a todos los internos que permanecieran en el centro.
3. Su funcionamiento debería ser sencillo, y el número de personal requerido para su manejo debería ser reducido, siendo preferible que en sus aspectos principales la funcionalidad de este programa dependiera sólo del personal técnico y la dirección del centro. Estas dos condiciones facilitarían, probablemente, la continuidad del programa en el tiempo, quedando ésta menos expuesta a los cambios de personal que se produjeran, y a la necesidad continuada de su entrenamiento y motivación para este tipo de programas.
4. El programa debería ser capaz de afectar con su dinámica motivacional la conducta de los internos en todo tipo de programas de contenido que se diseñaran en d centro. También habría de ser permeable para acoger con posterioridad, dentro de su funcionalidad motivadora, los nuevos programas de contenido o nuevas actividades, que se fueran paulatinamente estructurando
Sujetos
El Centro Penitenciario de Jóvenes de Barcelona está destinado a presos preventivos varones entre 16 y 21 años. Tiene una ocupación media de 300 plazas. Por el sistema de fases -nombre con el que se conoce el programa diseñado- pasaron todos los internos que ingresaron en este Centro a partir de mediados de 1984, en que se puso en marcha este programa, hasta la actualidad. Aproximadamente unos cinco mil internos, si bien gran parte de esta población tuvo muy reducidas estancias en centro, de días o semanas. Las principales características de esta población de internos han sido las siguientes: su edad media ha sido de 18 años; tenían un bajo nivel a académico (un 12,4 por 100 eran analfabetos funcionales, un 33,4 por 100 no superaban el segundo ciclo de Educación General Básica, un 47,5 por 100 no habían terminado del Graduado Escolar y sólo un 1,2 por 100 habían iniciado el Bachillerato o Formación Profesional); finalmente, un 38 por 100 de los internos habían manifestado al ingresar ser o haber sido adictos a drogas.
Instrumentos evaluativos
Para realizar la evaluación de este programa se emplearon: registros de observación de conducta, informes de los educadores, informes del personal de vigilancia, registro de faltas disciplinarias, escala de evaluación conductual, protocolos de información, entrevistas de los distintos especialistas del Centro, y la base de datos del programa informática de Instituciones Penitenciarias Sigma-60.
Procedimiento
Componentes fundamentales del sistema de fases:
1. Se establecieron un conjunto de programas de contenido, actividades y normas de conducta -entre las que, obviamente, estaban incluidas las normas legales y reglamentarias-, dirigidas al logro de mejoras en el proceso de socialización de los internos, mediante su participación activa en los mismos; estos programas eran los siguientes: programa escolar, en sus diferentes niveles; programas de actividades deportivas, talleres ocupacionales, talleres productivos, y programas de animación sociocultural; programas y normas de autocuidado e higiene personal, y de limpieza de las dependencias del Centro; y normas para la disminución del consumo de drogas.
2. La prisión fue estructurado en cuatro unidades de clasificación progresivas que -en consonancia con algunos de los principios del aprendizaje- se diferenciaron entre sí en dos elementos básicos:
a) se estableció un gradiente, de exigencia creciente a los internos de las distintas unidades, respecto de sus niveles de emisión de comportamientos apropiados definidos en los programas de contenido, tales como asistir a clase, ir a trabajar, participar en los programas deportivos, asearse, no tener informes negativos, no consumir drogas, etc.;
b) paralelamente, se estructuró un gradiente de disponibilidad de reforzadores, también creciente en función de la superior unidad de clasificación en que se encontrarán los internos. Las unidades o fases se diferenciaban en ventajas institucionales tales como la mayor disponibilidad de dinero, el mayor número de comunicaciones íntimas, la mayor facilidad de acceso a talleres remunerados, el mayor tiempo en que los internos podían permanecer fuera de las celdas, y la ampliación de los horarios nocturnos de ocio en los fines de semana.
En consonancia con la Ley Empírica del Efecto, establecida en el modelo de condicionamiento operante, podía esperarse que el cambio de unidad de los internos en sentido ascendente funcionara como refuerzo y, por tanto, incrementara la frecuencia futura de los comportamientos a cuya apropiada y creciente emisión siguiera. Mientras que cabía esperar que el cambio de unidad de los internos en sentido descendente funcionara como castigo y, por ello, redujera la emisión futura de los comportamientos a los que sucediese (Milán, 1987).
3. Inicialmente, los internos eran asignados a una de las cuatro unidades de clasificación existentes, tras un estudio de sus posibilidades comportamentales que realizaba el Equipo de Tratamiento del centro, integrado por psicólogos, juristas-criminólogos, educadores, asistentes sociales y miembros del equipo directivo.
4. Periódicamente, este mismo Equipo efectuaba una revisión de los niveles de mejora comportamental alcanzados por los internos. A partir de esta revisión se realizaban reasignaciones de internos hacia fases o unidades superiores e inferiores, de modo contingente con el incremento o disminución de la emisión de aquellos comportamientos que les eran exigidos en cada fase -según los criterios y programas que en ella se desarrollan-.
5. Este funcionamiento fue presentado al personal del Centro y a los propios internos, usando para ello los siguientes medios: folletos, dosieres informativos y reuniones explicativas.
Modelos teóricos
Mediante el funcionamiento descrito, cabría esperar que el sistema de fases progresivas funcionara como un gran sistema motivacional externo. En éste los internos podrían mejorar sus condiciones ambientales -de oferta de refuerzos disponibles- a través de una creciente emisión de comportamientos prosociales. Paralelamente, en consonancia con la teoría del aprendizaje observacional de A. Bandura (Bandura y Walters, 1974), los desempeños conductuales adecuados o inadecuados de los internos, en los diferentes programas y pautas de conducta, y sus consiguientes reforzamientos o castigos mediante ascensos o descensos de unidad, incrementarían o atenuarían, respectivamente, en quienes les observaran la tendencia a conducirse de modo semejante. En la Figura 1 se ofrece al lector una representación del funcionamiento hipotético de estos dos procesos teóricos, dimanantes del condicionamiento operante y del aprendizaje por imitación.
Si estos procesos entraran realmente en funcionamiento, a través del sistema de fases progresivas, se produciría una paulatina y duradera mejora del clima general del centro, constataba por el aumento de comportamientos participativos y prosociales de los internos y una reducción de las conductas violentas. Además, nos proponíamos evaluar si este modo de funcionar, con arreglo a principios conductuales, favorecía las ocasiones de aprendizaje de pautas de conducta social, hasta el punto de disminuir los niveles de reincidencia de los sujetos.
Resultados
Para llevar a cabo esta evaluación se seleccionó al azar una muestra de 404 internos de entre aquellos que habían permanecido ingresados en el centro de jóvenes, en el decurso del período de tiempo transcurrido entre 1984 y 1989. En sujetos de esta muestra pudieron ser evaluados los dos siguientes grupos de comportamientos: (1) variables de conducta penitenciaria: participación en actividades organizadas, conductas de limpieza, conflictividad y autolesiones; y (2) reincidencia.
Variables de conducta penitenciaria
En la Figura 2 puede verse un incremento global significativo de la asistencia a la escuela con el transcurso del tiempo, desde un porcentaje de asistencia del 35 por 100 durante el curso escolar previo a la instauración del sistema de fases (curso 1983-84), hasta un porcentaje máximo del 66,5 por 100 en el último curso evaluado el 1987-1988 (diferencia significativa, z + 3.84; p>0.05).
La Figura 3 nos muestra los porcentajes de participación en las actividades organizadas, medidos en dos m movimientos distintos, en 1986 (una vez que el sistema de fases llevaba dos años de funcionamiento) y en 1989 (cuando el sistema de fases llevaba funcionando cinco años). En la gráfica se explícita el alto grado de participación en las actividades desde la implantacíón del sistema de fases (que se sitúa en torno al 50 por 100 en la Fase-1 y por encima del 60 por 100 en las fases superiores).
En la Figura 4 puede verse la evolución seguida por las distintas fases en la medición realizada del aseo, con arreglo a una escala de 0-5 puntos. El registro se tomó teniendo en cuenta tanto el aseo personal como la limpieza de las celdas. En general, se refleja una mejoría en la conducta de aseo de los internos, especialmente durante los dos años posteriores a la implantación del sistema de fases (las puntuaciones medias obtenidas por las distintas fases a lo largo de los años evaluados fueron las siguientes: Fase-l: 2.0/2.8/3.15/I.66; Fase-2: 2.2/3.05/3.3/2.95; Fase-3: 2.65/3.4/4.0/2.8; Fase-4: -/-/4.05/3.56). Del análisis de estos datos se pone de manifiesto, igualmente, un crecimiento paulatino de las puntuaciones de aseo al avanzar de fase.
Las Figuras 5 y 6 muestran una disminución paulatina tanto de la conflictividad colectiva o institucional (desde un máximo de dos hasta ningún conflicto en los tres últimos años, de 1986 a 1988), como de la conflictividad individual, medida por el volumen de informes disciplinarios emitidos por el personal. En relación con esta última, cabe destacar su especial disminución en la Fase-1, sobre todo en los primeros años de funcionamiento del sistema de fases, ya que en los dos últimos años ha ascendido, aunque siempre con valores inferiores a los del período de línea base (los valores promedio anuales referidos a número de informes disciplinarios por interno- fueron los siguientes: 12.2/8.3/4.4/10.1/10.6). También cabe destacar la estabilidad en los niveles mínimos, a través del tiempo, del número de informes disciplinarios que presentan las Fases 2, 3 y 4 (siempre inferiores a 3 conflictos por interno y año: Fase-2: 1.8/1.55/I.56/2-9/2.6/; Fases 3-4: 0.52/1.02/I.01/1.84/2.52).
La Figura 7 representa la frecuencia de autolesiones por individuo y año. Puede apreciarse una considerable disminución en este índice, que es quizá uno de los más fiables y objetivos en cuanto a su registro. La disminución es notable, sobre todo entre el período de línea base -anterior al establecimiento del criterio según el cual se regresaba automáticamente de fase a aquellos internos que se autolesionaran-, y los años posteriores (Globalmente: Antes del establecimiento de la pauta de regresión automática: 0.84; Después: 0.18), así como entre las distintas fases (Fase-l: 1.42/0.5/0.43/0.88/0.36; Fase-2: 0.54/0.09/0.11/0.23/0.08; Fase-3: 0/0/0.04/0.07/0.08).
Variable reincidencia
Por último, se evaluaron los índices de reincidencia de los sujetos de la muestra, medida a través del indicador ingresos posteriores en prisión por nuevos delitos o responsabilidades penales. Se realizó un estudio de tres años de seguimiento de aquellos internos que habían permanecido ingresados en el centro -y, por tanto, expuestos al sistema de fases descrito- durante un período mínimo de seis meses. Los porcentajes de reingreso en prisión de éstos fueron del 22 por 100 durante el primer año de seguimiento, del 40 por 100 durante el segundo, y del 47 por 100 durante el tercero.
Discusión
Los resultados obtenidos permiten concluir la potencia del sistema de fases para motivar a los internos de la prisión de Jóvenes de Barcelona a participar establemente en programas escolares y otras actividades positivas, muy por encima de los niveles habituales en otros Centros Penitenciarios de Cataluña (cuando carecían de este mismo programa motivacional), que se situaban entre el 10-30 por 100 de internos participantes en aquellas actividades. Asimismo, fue eficaz en mejorar el aseo durante los dos primeros años de su aplicación. Habiendo logrado, también, reducir las cotas de violencia, especialmente durante los dos primeros años de su aplicación, y, de forma más sustancial, en aquella unidad que albergaba a los internos emisores de más conductas problemáticas (Fase-1). Con todo ello se satisfizo el más importante de los objetivos de este programa: su pretensión de ser capaz de motivar a los internos para participar activamente en diferentes actividades y programas de interés en su proceso de resocialización.
Además, este sistema ha logrado seguir funcionando durante cinco años en sus principales componentes, pese a los cambios habidos en este centro tanto en el equipo directivo como en el personal técnico, lo que podría haber determinado su interrupción. Con ello se cubrió otro de los objetivos pretendidos: el relativo al fácil manejo del programa. Sin embargo, es cierto también que algunos aspectos técnicos de la aplicación y evaluación del mismo no fueron implementados en su integridad, o han sufrido una paulatina degradación. Este es el caso, por ejemplo, de los registros de observación de los indicadores comportamentales de aseo, cuya medición sistemática se detuvo en 1986, debiendo ser ex profeso reemprendida para poder llevar a cabo la evaluación que aquí se presenta.
Por otra parte, en la medición de la reincidencia de los sujetos que pasaron por este sistema de fases, se obtuvieron valores más bajos que los informados en otros países para poblaciones penitenciarias de jóvenes delincuentes, que al segundo y tercer año de seguimiento arrojan cotas de reincidencia de entre el 60 y el 80 por 100 (véase, por ejemplo, Smith, 1980; Brown, 1985; y Yule y Brown, 1987). Lástima que en España carezcamos de estudios de reincidencia semejantes, realizados en diferentes centros penitenciarios, con sistemas, programas y/o regímenes distintos. Sólo ego nos permitiría una comparación de los niveles de reincidencia suficientemente precisa y contextualizada en nuestro ámbito.
Dificultades añadidas a la implantación y evaluación de un sistema como el descrito provienen también de la imposibilidad existente en este caso, por razones éticas y de funcionalidad, de emplear diseños de reversión, que permitieran afianzar resultados mediante intermitentes retiradas del programa. Igualmente, dificultan la comparación de estos resultados, según hemos visto, tanto la inexistencia de datos semejantes en nuestro ámbito penitenciario, como la difícil comparabilidad de resultados de otros países, en variables tales como la violencia en prisión y la misma reincidencia, muy dependientes de las normativas de cada Estado y las diferencias socioculturales.
Es evidente que el sistema de fases que hemos descrito es sólo una de las posibles maneras que tenemos de rediseñar una parte del ambiente penitenciario (media te la manipulación de los factores organizacionales), el afán de influir positivamente sobre la conducta de sus habitantes. Otro aspecto crítico que debería ser considerado en el futuro en este intento es, por ejemplo, el referido al personal penitenciario, que podría ser más apropiadamente seleccionado, entrenado e incentivado para el uso de programas de rehabilitación de los internos y de mejora de la institución penitenciaria.
BIBLIOGRAFIA
Bandura A. y Walters, R.H. (1974). Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad. Madrid: Alianza Universidad. 94.
Brown B. (1985). An application of social learning methods in a residential programme for young offenders. Journal of Adolescence, 8, pp. 321-331. 94.
García-Pablos, A. (1988). Manual de criminología. Introducción y teorías de la criminalidad. Madrid: Espasa Calpe.
Harris, Ph. W. (1988). The Interpersonal Maturity Level Classification System: I-Level. Criminal Justice and Behavior, 15, (1), pp. 58-77. 94.
Jesness, C. F. ( 988). The Jesness Inventory Classification System. Criminal Justice and Behavior, 15, (1), pp. 78-91. 94.
Milan, M. A. (1987). Basic Behavioral Procedures in Clossed Institutions. En E. K. Morris y C. J. Braukmann (Eds.): Behavioral Approaches to Crime and Delinquency. New York: Plenum Press. 94.
Reitsma-Street M. & Leschied, A. W. (1988). The Conceptual-Level Matching Model in Corrections, Criminal Justice and Behavior, 15, (1), pp. 92-108.
Smith, K P, (1 980). Longitudinal behavioral assessment of work release. Journal of Offender Counselling, Services and Rehabilitation, 5, (1), 31-39.
Yule, W. & Browen B. (1987). Some Behavioral Applications with juvenile Offenders outside North América. En E. K Morris & C. J. Braukmann, op. cit, cap. 14 (383-398). 94.
Zager, L D. (1988). The MMPI-Based Criminal Classification System: A Review, Current Status, and Future Directions. Criminal Justice and Behavior, 15, (1), pp. 39-57.
Material adicional / Suplementary material
Figura 1. Modelo teórico de los principios que subyacen a la dinámica del sistema de fases.
Figura 2. Asistencia al programa escolar.
Figura 3. Participación en actividades.
Figura 4. Conducta de aseo.
Figura 5. Conflictividad institucional.
Figura 6. Conflictividad individual.
Figura 7. Autolesiones.