Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1992. Vol. (53).
José A. Forteza Méndez.
Director del Departamento de Psicología Diferencial y del Trabajo, UCM.
Rafael BURGALETA ALVAREZ ha encarnado los valores que para mi configuran el espíritu universitario.
Durante veintidós años su paso por la Universidad, que en estos momentos tristes nos parece tan fugaz, ha constituido para muchos de los que hemos tenido la suerte de tratarlo y de convivir estrechamente con él, el foco del que irradiaba un aire fresco de renovación, un entusiasmo capaz de superar con elegancia los múltiples obstáculos y deficiencias de nuestro entorno, y en síntesis un ejemplo a imitar de dedicación sin límites a la labor bien hecha.
Rafael se incorporó a la Universidad con un bagaje cultural sólido e interiorizado, combinado por una parte con unas hondas preocupaciones científicas e intelectuales, y por otro con unas genuinas inquietudes sociales que desbordaban en su conjunto el ámbito restringido de cualquier disciplina.
Pero fue en la recién creada especialidad de Psicología, que pronto se iba a convertir en una de las Facultades más «movidas» de nuestra vieja Universidad Complutense, donde encontró cancha para su autorrealización, poniendo en juego al servicio de todos un amplio elenco de cualidades intelectuales, de habilidades sociales y de virtudes morales, difíciles de encontrar reunidas por nuestros pagos.
En sus comienzos, la enseñanza universitaria de la Psicología, como no podía ser de otra manera, se asemejaba a la impartida en una deshilvanada «academia de dar clases». Rafael contribuyó como pocos a que esta situación fuera, cambiando, incluso ya desde su condición de alumno con sus enérgicas, aunque siempre corteses, reivindicaciones y ya poco después, como profesor con su entrega en todos los órdenes y su buen saber hacer.
Estos días en los que sin duda mucho se estará comentando sobre sus cualidades más destacadas y estarán presentes en el ánimo de todos por ser de carácter público y notorio, agudeza intelectual, su poder de convicción, su exquisita dialéctica capaz de retorcer los más sutiles y fundamentales argumentos a su sentido del humor nunca ácido, pero sí punzantes y picarón, a mí me resulta más atractivo refugiarme en la consideración de otras características de las que desde la trastienda he sido testigo de excepción durante tantos años, pues Rafael fue aún siendo alumno de quinto curso, mi primer colaborador en mi por entonces recién estrenada nueva andadura profesional, para pasar a convertirse en muy poco tiempo en compañero inseparable de fatigas y en muchas ocasiones en mi maestro, dado que de él aprendí no sólo conocimientos, sino formas de ver y maneras de comportarse.
Son tan numerosas las peculiaridades de su actuación que en estos momentos se agolpan en mi mente, que mucho me temo que el intento de su enumeración resulte a todas luces parcial y fragmentario: Autenticidad, honradez, fidelidad a sus ideas, comprensión hacía las debilidades de los demás, ponderación y equilibrio (pese a la fogosidad con que a veces solía adornar su discurso), tacto exquisito en las relaciones humanas y sobre todo ese «saber encontrar para cada uno su torcedor» en palabras de Gracian, muy en consonancia con el contenido de las materias que tantos años compartimos, serían sin duda alguna de las notas que me complace y que parece de justicia resaltar ahora.
Su manera de manifestar la lealtad hacia sus compañeros y hacia sus superiores jerárquicos fue siempre lo más opuesto a la conducta del «yes man», oponiéndose con vehemencia a todo aquello que a su juicio pudiera resultar en perjuicio de lo que él consideraba auténticos objetivos de su grupo.
El único terreno en el que exageraba, llegando en ocasiones a tambalearse su proverbial ponderación era cuando se trataba de la defensa de los intereses de los más débiles, de los más humildes, de los «explotados».
Otra característica que no puedo dejar de señalar por su importancia en el desarrollo de la vida académica, llena de situaciones de emergencia, de improvisación y de urgencias, es su total disponibilidad. Rafael siempre se mostraba dispuesto con gesto alegre, acompañado a veces de un rictus burlón, a hacer lo que hiciese falta y en el momento adecuado; era persona en la que se podía confiar plenamente fuese cual fuese el asunto de que se tratase. Muchas son las horas que sobre todo en un principio hemos pasado juntos en tareas de organización, incluso física, de los no muy numerosos recursos del Departamento y cuando pudimos poner en marcha la Especialidad de Psicología Industrial, él mismo se brindó a hacerse cargo de las distintas materias iniciando su estructuración para cambiar a la siguiente en el momento que la considerábamos ya suficientemente consolidada.
Creo que son algunas de estas cualidades que por lo demás parecían brotar espontáneamente de su personalidad, las que explican su enorme y desbordante popularidad y la facilidad con que siempre ha sabido conectar «empáticamente» con todos los estamentos que componen el conjunto universitario.
La afabilidad y cordialidad de Rafael contribuyó mucho a crear un clima de unión y amistad entre los profesores, algunos de los cuales fuimos constituyendo en torno al Departamento, un verdadero «grupo informal» con todas las características y condiciones. Por supuesto, en nuestros prolongados y casi permanentes contactos, no faltaron discrepancias, bien se tratara de temas científicos o de asuntos de organización académica o incluso de otras índoles, pero puedo asegurar que la sangre no llegó nunca al río y que jamás quedaron recelos o reticencias más o menos larvadas en nuestro trato. De esta forma esa unión y camaradería se prolongaba fuera de los límites de nuestro lugar de trabajo con actos que pronto se convirtieron en tradiciones, reuniéndonos con cierta frecuencia para celebrar y compartir acontecimientos, bien fuesen de orden académico (tesis doctorales, nombramientos, concursos-oposiciones, premios, etc.) o del ámbito estrictamente personal. Como en todo grupo informal se fueron estableciendo unas costumbres, se forjó un lenguaje propio, un tanto esotérico a veces, se reiteraban bromas, anécdotas y chascarrillos y hasta llegamos a contar con «cabezas de turco» para desahogar sanamente nuestros malos humores.
En verdad que con el paso del tiempo, el crecimiento en el número de los miembros del Departamento y el constante aumento de las presiones y responsabilidades algo de este espíritu ha ido decayendo, pero Rafael siguió siendo un eslabón fundamental en el mantenimiento de esa unión.
Pese a sus múltiples inquietudes, a la Universidad se entregó plenamente en todas sus facetas y manifestaciones. Lo que para otra persona hubiese supuesto una carga insoportable para él resultaba llevadera y aún estimulante. Son muchas las horas que dedicó a sus labores docentes (su ojito derecho) o de investigación (que nunca aprovechó en su exclusivo beneficio), pero con igual entusiasmo y una notable eficacia abordaba por igual otros asuntos de gestión laboriosa, de engorrosos trámites burocráticos o de relaciones públicas delicadas.
Y aún en los momentos en que sus nuevas responsabilidades académicas tendían a apararle físicamente del quehacer diario en la Facultad, siempre estuvo pendiente de todas las cuestiones planteadas en su departamento hacia los detalles más nimios y siempre encontró un hueco para atender a sus antiguos alumnos distribuidos ya por toda la piel de toro.
Observadas con ojos de antropólogo, las empresas y toda clase de organizaciones se identifican y diferencian unas de otras por su cultura. Este concepto hoy muy en boga, se compone fundamentalmente de valores, ritos y mitos, que transcienden muchas veces las normas formales establecidas y se van transmitiendo de una generación a otra para constituir algo a la vez impalpable pero real. Estoy convencido de que a partir de este momento, la Universidad Complutense y dentro de ella la Facultad de Psicología y más concretamente nuestro departamento de Psicología Diferencial y del Trabajo cuenta ya con un mito: El de Rafael BURGALETA ALVAREZ, el hombre bueno, dispuesto siempre a ayudar a todos, que se entregó sin reservas a su labor de profesor en todas y cada uno de sus diferentes y variadas facetas.
Pozuelo de Alarcón a 24 de mayo de 1992.