Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1993. Vol. (56).
AMALIO BLANCO
Catedrático de Psicología Social. Universidad Autónoma de Madrid.
Según cuentan las crónicas de aquella siniestra madrugada, antes de abrirles la puerta que comunica la residencia con la capilla de la UCA donde ahora descansa en paz junto al resto de sus compañeros, le espetó a los cinco soldados que lo rodeaban: esto es una injusticia, son ustedes una carroña. Lucía Barrera, la testigo a quien el inepto embajador español no fue capaz de dar cobijo, lo oyó a la perfección, y quienes conocimos a Nacho Martín-Baró sabemos que esas pudieron ser perfectamente sus palabras. Después subió hacia la pequeña loma donde estaba el resto: el susbsargento Antonio Avalos, alias el Sapo, se ensaña con Juan Ramón Moreno y Amando López, y un soldado a quienes apodan Pilijay vacía el cargador contra Martín-Baró, Ellacuría y Segundo Montes. Rematará la faena con un tiro de gracia, tras el cual, siguen narrando las crónicas, procede a tomarse tranquilamente una cerveza junto a los cadáveres.
No han sido pocas las consecuencias que, desde diversos puntos de vista, se han desprendido de aquellos abominables hechos; a nadie se le oculta que la paz recién alcanzada en aquel entrañable país centroamericano es una de ellas. Desde el punto de vista psicológico siguen abiertos varios interrogantes, nada adjetivos desde el punto de vista teórico y con no pocas ramificaciones de carácter práctico: la relatividad socio-histórica del comportamiento humano, tanto del normal como del patológico (¿es el Pilijay realmente un psicópata o simplemente uno de los muchos soldados del tristemente famoso batallón Atlacalt especialmente obedientes?); la consideración de la Psicología como una ciencia comprometida no sólo con el individuo, sino con el bienestar de los pueblos y de las sociedades (la Psicología como instrumento al servicio de la liberación de las mayorías populares, era la tesis de Martín-Baró); la posibilidad de que, con los datos de que disponemos, se denuncie el peligro que entraña tanto para la integridad y estabilidad psíquica de las personas como para la concordia social la existencia de determinadas prácticas de aprendizaje y socialización (de las que tanto saben todos los ejércitos), estructuras políticas basadas en la represión y estructuras económicas definidas por la explotación (los dos grandes pecados de nuestro tiempo, advierte la teología de la liberación, son la pobreza y la guerra), superestructuras ideológicas que justifican la desigualdad y favorecen la discriminación; la necesidad de tomar partido, de no pretender una neutralidad axiológica que, además de ingenua, resulta epistemológicamente imposible; la posibilidad de intervenir para paliar las secuelas que han dejado sobre Personas, grupos y hasta sociedades enteras este tipo de experiencias traumáticas; el por qué, llegado el momento, el ciudadano es capaz de votar a favor de una ley de caducidad que deja impunes a los violadores de los derechos humanos. En todos estos capítulos, y en algunos otros que omitimos, tiene la Psicología una autorizada y sólida opinión que se desprende de un corpus teórico cada vez más coherente y de una sólida tradición investigadora que dio comienzo, de manera más o menos sistemática, a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Así, y por evocar simplemente algún detalle de interés, cabe recordar que en 1949 la APA convoca a 72 especialistas a una conferencia sobre formación en Psicología Clínica con el fin de poder hacer frente a los muchos trastornos psicológicos que arrastraban los veteranos de guerra.
Este último es, sin duda, uno de los capítulos de mayor contenido, y probablemente de mayor dramatismo, en esa relación que la Psicología mantiene con el tema de los derechos humanos. La chilena Elisabeth Lira, una verdadera adalid en el estudio de las consecuencias psicológicas, de la represión. contempla la existencia de cuatro grandes apartados: la tortura, el secuestro-desaparición, la muerte y el exilio. Martín-Baró, por su parte, había propuesto el estudio de los efectos de la violencia en tres partes: la primera se ocupa de sus consecuencias para el represor (disonancia cognoscitiva, aprendizaje de hábitos violentos); la segunda las aborda desde la perspectiva del reprimido (daño físico, trauma psicológico) y la última se interesa por lo que acontece desde el punto de vista del espectador (devaluación de la víctima, aprendizaje vicario, incremento de la agresividad, valor del poder violento).
Aquello era en 1975, cuando todavía no había dado formalmente comienzo la guerra civil en El Salvador, si bien la experiencia de todas las posibles e imaginables formas de represión, opresión y explotación eran moneda común desde tiempo inmemorial. Ignacio era un recién licenciado en Psicología, y es patente su esfuerzo por adecuarse a la ortodoxia teórica. Desde entonces y hasta el momento de caer víctima de la violación del más sagrado de los derechos, el de la vida, Martín-Baró hará de los asuntos relacionados con la represión política y la explotación económica uno de los marcos de referencia más sólidos de su quehacer como teórico y de su denuncia y destrucción hará una de sus metas como profesional comprometido. El repaso de algunos de sus títulos es una palmaria prueba: El valor psicológico de la represión política mediante la violencia (1975), La guerra civil en El Salvador (1981), Un psicólogo social ante la guerra civil en El Salvador (1982), Guerra y salud mental (1984), Hacia una Psicología de la liberación (1986), La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador (1988), La violencia en Centroamérica: una visión psicosocial (1988), Guerra y trauma psicosocial del niño salvadoreño (1990). La propia estructura de los Problemas de Psicología social en América Latina, un libro de lecturas que Martín-Baró recopiló en 1976, refleja la decisión con que este jesuita vallisoletano de nacimiento y salvadoreño de corazón abordó toda la compleja y comprometida problemática que rodea a los derechos humanos: Sociedad dependiente y dinámica de clases, Comunicación e ideología, Bases psicológicas de la dominación, Violencia y agresión, Naturalización ideológica de lo histórico y Psicoterapia para América Latina, son los títulos de los epígrafes. La razón de ser de esta estructura no es otra que su incombustible postura historicista en la concepción de la Psicología, su crítica a la universalidad del conocimiento, su disconformidad con la aplicación a la realidad centroamericana de los supuestos teóricos originados en la Psicología norteamericana (el problema de la extrapolación de resultados), de una Psicología que Martín-Baró conocía a la perfección, no en vano era doctor en Psicología social por la Universidad de Chicago. En una palabra:
«... la Psicología social debe asumir sus propios condicionamientos históricos: el desde qué o desde quién y el para qué o para quién. La perspectiva parcializadora proviene de un equívoco metodológico consistente en creer que se puede partir desde nadie (el una americano laboratorio como paradigma ideal), es decir, que la ciencia puede hacer abstracción total de la realidad desde la que se fabrica. El querer partir desde nadie significa, en la práctica, partir del poder establecido... Desde nadie significa, realmente, desde quien tiene el poder» (Martín-Baró, 1976, p. 12).
Conviene recordar, de vez en cuando, aquellas cosas en las que creíamos cuando éramos algo más jóvenes y conviene hacerlo para no olvidar que se trata de principios que gozan todavía de una excelente salud epistemológica (el de la construcción socio-histórica del comportamiento, por ejemplo, ocupa hoy un lugar cada vez más destacado en la Psicología) y que todavía hay gente que sigue siendo capaz de defenderlos hasta sus últimas consecuencias. Porque, aunque no podemos ser tan ingeniosos como para pensar que fueron éstas las hipótesis que desencadenaron la condena a muerte de los jesuitas (lo que equivaldría a concederle al Sapo, al Pilijay y al coronel Benavides un protagonismo intelectual del que nunca hubieran sido capaces; a ellos sólo les cupo un gesto filogenéticamente primitivo: la obediencia servil), a nadie que se haya tomado la molestia de ir un poco más allá de lo que cuentan los periódicos le cabe la duda de que, en último término, fue la convencida defensa de una concepción social e histórica de la salvación (la opción preferencial por los pobres, fruto del pecado social de la injusticia histórica), con sus pertinentes denuncias de las condiciones de opresión, explotación e injusticia, y justificaciones (la legitimidad de oponerse, desde la fe, a estas estructuras) lo que consolidó su arriesgada posición frente a un desorden firmemente construido sobre la corrupción, la injusticia, la violencia y el terror.
«Las masivas violaciones a los derechos humanos realizadas durante estos años en casi todos los países del área han sido materia de escarnio para el mundo civilizado... Las matanzas masivas de indígenas en Guatemala o de campesinos en El Salvador, el continuo recurso a la desaparición de obreros y profesionales, el asesinato de más de veinte sacerdotes, incluido un arzobispo, la proliferación de cadáveres decapitados y arrojados a los basureros públicos, son algunos puntos álgidos de una ola represiva que ha hecho de los regímenes centroamericanos dignos emuladores de la doctrina de seguridad nacional practicada en Suramérica. Cuarenta mil víctimas de la represión política en un lapso de tres años y en un país como El Salvador, con una población que no llega a los cinco millones de habitantes, son testimonio de un nuevo genocidio realizado al amparo de una histeria anticomunista, encubridora de intereses explotadores» (Martín-Baró, 1983, p. VII).
Es el segundo párrafo del prólogo de su primer volumen de Psicología Social, Acción e Ideología. Y para que no quepa la más mínima duda de ese compromiso socio-histórico, en el primer capítulo, y al hilo de sus reflexiones sobre la distancia que media entre el mundo que se presenta en los textos de Psicología social norteamericanos y la realidad latinoamericana (el lector latinoamericano no puede menos de sentir que los aspectos más cruciales de su propia existencia no son ni siquiera tangencialmente considerados), introduce ya un elemento perfectamente acorde con ese lóbrego mundo en que se debaten las mayorías populares: la tortura. En el transcurso del texto irá incorporando otros argumentos estrechamente relacionados con el tema que ocupa este número de Papeles: la represión política, la violencia y la guerra. Para el segundo de los volúmenes, Sistema, grupo y poder, reservará el tratamiento del desorden establecido, del ejercicio abusivo del poder, de la represión de los movimientos sindicales y el de las consecuencias de la polarización política. Todo ello bajo un prisma que se mantuvo prácticamente firme y que queda reflejado en la siguiente cita:
«El desde quien de la Psicología social latinoamericana debe determinar el ámbito de los problemas que deben constituir su objeto de investigación, análisis y acción; esta nuestra realidad social dependiente, dominada y oprimida, este nuestro pueblo alienado y secularmente reprimido. El para quien de la Psicología social latinoamericana debe precisar el objetivo de su quehacer: la liberación histórica de los pueblos latinoamericanos y esto a través de un proceso de liberación de aquellas opresiones concretas que, en cada situación, mantienen al pueblo en una situación de enajenación personal y social» (Martín-Baró, 1976, p. 13).
También es necesario historizar los propios derechos humanos; también se hace necesario en este capítulo el desde dónde, el para quién y el para qué; también resulta peligroso universalizar el problema de los derechos humanos, advierte Ellacuría (1990), y consiguientemente se hace necesario: a) verificar en la praxis la verdad-falsedad y la justicia-injusticia que se da de este derecho; b) constatar si este derecho no sirve para unos más que para otros; c) analizar cuáles son las condiciones reales que requiere la puesta en práctica de este derecho; d) desideologizar planteamientos idealistas que se pueden convertir en un obstáculo para la puesta en práctica de ese derecho; e) operacionalizar ese derecho con el fin de poder cuantificar, y hacerlo dentro de un marco cronológico concreto con el fin de ser capaces de verificar.
Pero el marco socio-histórico en el que se mueve permanentemente la Psicología de Martín-Baró (una Psicología desde Centroamérica para la liberación de las mayorías populares históricamente oprimidas y explotadas), tiene un doble o un triple correlato: la Psicología social se define como el estudio científico de la acción en cuanto ideológica; como tal, su objetivo es el de convertirse en un instrumento de liberación personal y social y por ese camino acaba por conducirnos a una Psicología política. Porque, para qué nos vamos a engañar: pretender enmarcar social e históricamente el quehacer teórico te convierte automáticamente en determinadas sociedades en un agente de la subversión (no interesa conocer la realidad, escribía Martín-Baró, cuando esa realidad es tan expresiva que el sólo hecho de llamarla por su nombre constituye un acto subversivo) y el querer llevar profesionalmente a la práctica tal principio hace del psicólogo un activista político de la más baja calaña. La imprenta de la UCA fue durante años uno de los objetivos más preciados del ejército salvadoreño y se cuentan por docenas los atentados que sufrió. Y en los últimos años, el Instituto Universitario de la Opinión Pública, dirigido por Ignacio, se convirtió en el blanco preferido de los esbirros de la mentira institucionalizada, simplemente por atreverse a sacar a la luz los resultados de las encuestas que realizaba que, eso sí, acostumbraban a dejar al gobierno en una posición francamente embarazoso. En la publicación del que fuera el último volumen, Martín-Baró refleja esa situación:
«Esta tarea desencubridora y con frecuencia desenmascaradora ha molestado obviamente a quienes pretenden encubrir y enmascarar el sentido del pueblo salvadoreño en beneficio de sus propias intereses sectoriales o clasistas. A pesar de su existencia relativamente corta, el IVOP ha tenido que enfrentar ya fuertes ataques desde diversas instancias del poder establecido en El salvador las más de ellos con una alta dosis de falsedad cuando no de abierta calumnia ... » (Martín-Baró, 1989, p. 12).
De la historicidad como posición teórica al compromiso social, a un compromiso que difícilmente va a ser ajeno a un posicionamiento político (o lo tomas o te lo atribuyen; a la postre las consecuencias son las mismas), pero que puede y debe diferenciarse claramente del simple activismo: las herramientas con las que se trabajan desde una y otra perspectiva e incluso los fines que se persiguen podrían estar claramente diferenciados (la distinción entre la persona y el científico es algo sometido a gruesas disquisiciones; donde ya caben menos dudas es en la diferencia entre el científico social y el activista). Pero sea como fuere, y dejando al margen por ahora estas sutilezas.
«Resulta necesario recordar la magnitud, cuantitativa y cualitativa, del daño producido por las campañas de contrainsurgencia o de represión estatal, para comprender el engaño de querer hacer borrón y cuenta nueva de esa historia; el pasado que tan festinadamente se quiere cerrar no sólo está vivo en personas y grupos -víctimas y victimarios-, sino que sigue operando en las mismas estructuras sociales. Por supuesto, ahí está el vacío dejado por todos aquellos miles de personas asesinadas o desaparecidas, vacío que aun sigue acongojando a sus familiares; pero está también la herida viviente de todos aquellos, probablemente tantos o más que los muertos, que sobrevivieron tras sufrir en carne propia la crueldad de prisiones crueles, de interrogatorios sin fin, de torturas refinadas; finalmente, está el trauma de aquellos innumerables que en algún momento fueron amenazados, hostigados y perseguidos y que, para salvar sus vidas y las de sus familiares tuvieron que renunciar a sus ideales y principios o bien esconderse, huir, refugiarse y aún exiliarse de su propia patria. Todo este daño es de tal magnitud que resulta casi ingenuo o cínico pretender que se olvide de la noche a la mañana. Porque, en el fondo, no se trata de un problema de individuos aislados, pocos o muchos; se trata de un problema estrictamente social. El daño producido no es simplemente el de la vida personal que se destruye; el daño se ha causado a las estructuras sociales mismas, a las normas que rigen la convivencia, a las instituciones que regulan la vida de los ciudadanos, a los valores y principios con los que se ha educado y en función de los cuales se ha pretendido justificar la represión» (Martín-Baró, 1990, p. 14).
Para el profesional de la Psicología no puede haber lugar, desde la más elemental deontología profesional, para el olvido, no cabe ley alguna de caducidad, ni es posible un punto final cuando hay miles de personas atormentadas y sociedades enteras traumatizadas como consecuencia de la quiebra sistemática de derechos fundamentales. La guerra como causa del trauma psicosocial fue precisamente uno de los argumentos sobre el que Martín-Baró iba y venía permanentemente: hay una profunda herida abierta en la sociedad salvadoreña que ahonda sus raíces en motivos socio-políticos, que se nutre y se retroalimenta dialécticamente y que tiene efectos tales como la desatención selectiva, la rigidez ideológica, el escepticismo, la defensa paranoide y el deseo de venganza, tal y como Martín-Baró recoge de Joaquín Samayoa, un estudioso de estos temas. Y de entre los afectados, la población infantil adquiere un protagonismo especialmente conmovedor (ver a este respecto el excelente trabajo de Florentino Moreno, en buena parte tutelado y supervisado por Martín-Baró), y es entonces cuando la memoria se nos aferra a las mismísimas entrañas y se resiste a cualquier tipo de caducidad; es entonces cuando vuelven al recuerdo más crudo los versos del poeta.
Y he visto:
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos.
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos... (León Felipe).
BIBLIOGRAFÍA
Becker, D., y Lira F. (Eds.) (1990): Derechos humanos. Todo es según el dolor con que se mira. ILAS: Santiago de Chile.
Ellacuría, I. (1990): Historización de los derechos humanos desde los pueblos oprimidos y las mayorías populares. Estudios Centroamericanos, 502, 589-56.
Martín-Baró, I. (1975): El valor psicológico de la represión política mediante la violencia. Estudios Centroamericanos, 326, 742-752.
Martín-Baró, I. (Ed.) (1976): Problemas de Psicología social en América Latina. San Salvador: UCA Editores.
Martín-Baró I. (1983): Acción e Ideología. Psicología social desde Centroamérica. San Salvador: UCA Editores.
Martín-Baró, I. (1989): Sistema, grupo y poder. Psicología social desde Centroamérica II. San Salvador: UCA Editores.
Martín-Baró, I. (1989): la opinión pública salvadoreña (1978-1988). San Salvador: UCA Editores.
Martín-Baró, I. (1990): Democracia y reparación. Prólogo al Ebro de David Becker y Elisabeth Lira.
Moreno, F. (1991): Infancia y guerra en Centroamérica. San José: FLACSO.
Samayoa, J. (1987): Guerra y deshumanización: una perspectiva psicosocial. Estudios Centroamericanos, 461, 213-225.